Contemplar la virtud y una receta fácil
(De "Cocina Zen", Edward Espe Brown)
Para contemplar la virtud hay que tener la mente tranquila
Cuando empecé a trabajar de cocinero en 1966, desarrollé un mal genio profesional en pocas horas.
Cuando era friegaplatos estaba tranquilo y sereno y cuando los cocineros se salían de sus casillas, me hacía gracia y sentía vergüenza ajena. No entendía cómo los cocineros podían gritar con aquella ira cuando era evidente que no obtenían ningún resultado. "Es una estupidez y es ridículo", me decía a mí mismo, enarcando una ceja. Pues bien, tuve que comerme mis palabras.
A veces las personas que trabajan contigo son demasiado educadas para enfrentarse a ti cuando te comportas mal, pero ya sabes que los demás se han dado cuenta cuando empiezan a reunirse para discutir: "¿Qué vamos a hacer con Ed?" Se necesitaron dos personas para sustituirme como friegaplatos pero eso no me ayudó a relajarme en mi nuevo cargo. "¡Saca esos huevos ahora que están calientes!" aullaba. ¿O es que no tiene que estar todo perfecto? ¿O es que o tienen que poner todos el máximo de su parte para que las cosas salgan bien? A petición de mis compañeros acepté intentar tranquilizarme un poco.
En diciembre de aquel año el Centro Zen compró Tassajara. Como yo ya era un estudiante de zen y tenía más de dos meses de experiencia como cocinero, me ofrecieron el puesto de jefe de cocina del nuevo centro. Fui aprendiendo con el tiempo; además todos sabían que la cocina no estaba muy bien organizada. Me refugié en concentrarme en lo que estaba haciendo: "Cuando laves el arroz, lava el arroz; cuando remuevas la sopa, remueve la sopa..." >>>>>>>
Me di cuenta enseguida de lo que todo cocinero sabe: la comida más o menos se las arregla por sí misma; son las personas las que son difíciles. No hacen lo que tú quieres. No se comportan como a ti te gustaría. No te tratan como te gustaría que te trataran. Te señalan tus errores... una y otra vez. No te aguantan ni a ti ni al repertorio de arreglos que has inventado. No aplauden todos tus actos. No te leen el pensamiento. Es horrible pero tienes que hablar con ellos.
Las mujeres con las que trabajé tenían una tendencia especial a poner en duda mi organización.
- ¿Por qué me hablas así?
- ¿Cómo?
- Como si estuvieras enfadado conmigo por algo. ¿Qué he hecho?
- Mira, no sé ni lo que hago. ¿Por qué no nos dedicamos al trabajo y dejamos de analizar el tono de voz?
A veces llegaban tarde a trabajar, se retrasaban con los descansos y a menudo, cuando los observaba trabajar, no parecían estar presentes en su actividad. No sé qué hacían exactamente pero tardaban un montón en lavar el arroz. Finalmente, un día me quejé al roshi Suzuki. Le conté todos los problemas que tenía con personas que no se comportaban como yo creía que era su deber (si realmente practicaban zen): llegaban tarde, pasaban largos ratos en el baño, cotilleaban, estaban en la luna o no prestaban atención. Le pedí que me aconsejara cómo podía hacer para que todos trabajaran con más atención y vigor.
Me escuchó con atención, como si comprendiera mis dificultades y simpatizara conmigo (es verdad, ya no se encuentra un servicio como el de antes) Cuando terminé mi retahíla de quejas me miró un momento y después dijo:
- Si quieres ver la virtud tienes que tener la mente tranquila.
"Eso no es lo que te había preguntado", pensé para mis adentros, pero no dije nada. Le di tiempo a que me calara. ¿Pensaba pasarme la vida buscando faltas o viendo la virtud? No se me había ocurrido que podía dedicarme a buscar virtudes pero cuando lo dijo el maestro, me pareció obvio.
Un poco después me dijo:
- Cuando cocinas no sólo trabajas con comida. Trabajas contigo mismo. Trabajas con otras personas.
"Pues claro, pensé, es evidente".
Sin tener idea de cómo hacerlo, empecé a intentar "ver la virtud". Cuando le encontraba un fallo a alguien, me recordaba a mi mismo que debía mirar de nuevo, con más atención, con más calma. Empecé a percibir la buena intención básica de la gente, los esfuerzos que hacían, el esfuerzo incluso que requería estar expuesto a las críticas de todos. Empecé a entrever la vulnerabilidad que todos compartimos.
A veces fue incluso cómico. Una vez le pedí a uno que me trajera 18 tazas de alubias de la despensa. Unos veinte minutos después me di cuenta de que no había vuelto. "¿Qué dificultad puede tener ir a buscar 18 tazas de alubias?", me indigné virtuosamente mientras me dirigía a las despensa. Sin embargo, antes de llegar, me amonesté a mí mismo diciéndome que debía buscar la virtud: ¿Qué sucedía? Pues que allí estaba, separando las alubias, casi una por una, para asegurarse de que no había piedras.
Me entró un arranque de impaciencia pero después pensé: "Bueno, está trabajando a conciencia. ¡Está siendo responsable!" No sé qué le dije, pero al menos mi respuesta se suavizó en comparación con lo que habría podido ser. Algo más elaborado que: "¡Serás idiota!", salió de mis labios y después le expliqué que era más fácil poner las alubias en un plato blanco y después separar las piedras. Así seguramente lo haría más rápido.
Irónicamente, ver la virtud fomenta la virtud. Si queremos sacar lo mejor de los demás, es una ayuda ver lo mejor de ellos. Al poco tiempo incluso podemos reconocer lo bueno de nosotros. Todavía me quedaban un montón de batallas, pero con los años he seguido cultivando mi capacidad de ver la virtud. Mientras nos planteamos una dificultad, ver la virtud puede hacernos transformar el mundo así como a nosotros mismos.
Alubias con ajo y comino
Para 4 personas y en abundancia
1 taza de alubias
5 tazas de agua
1 cucharada de semillas de comino
1 cucharada de aceite de oliva
1 cebolla amarilla, cortada en dados
4 dientes de ajo picados
sal
Comprobar que no haya piedrecitas entre las alubias y después meterlas en un cazo con agua. Dejar en remojo toda la noche o varias horas durante el día. Algunos prefieren cambiar el agua del remojo (dicen que así las alubias provocan menos flatulencia) pero a mí me gusta cocerlas en la misma agua. Tapar y llevar a ebullición, reducir el fuego para que el agua siga hirviendo un poco. De vez en cuando echar un vistazo para comprobar si el agua sigue hirviendo y si no se ha consumido. Las alubias se cuecen en unos 45 minutos en cazuela normal. Como a veces no recuerdo ponerlas en remojo, las cuezo más tiempo, unas 2 horas. Para entonces tendrían que estar blandas.
Moler las semillas de comino en un molinillo de especias o en un molinillo de café dedicado a este uso. Calentar el aceite en una cacerola y sofreír la cebolla varios minutos antes de añadir el ajo y el comino molidos. Cocerlo todo otro minuto más o menos. En cuanto las alubias estén cocidas, añadirles las cebollas (poner unas cucharadas de agua en el fondo de la cacerola para aclarar esos sabores y añadir a las alubias). Salar.
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2 pensamientos +:
A pesar del poco tiempo que tengo, siempre me gusta descansar en este lugar, un Dojo del que aprender siempre.
Gracias por todas estas entradas.
No me queda más remedio que recomendar tu última entrada en pintores:
http://pintoresde.blogspot.com/2010/12/nunca-fue-el-eden.html
porque lo merece.
bss
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