Reconocerme en tu propio rostro. Saber que somos no-dos; que antes o después tu sufrimiento, y también tu alegría, son los míos. Que no hay diferencia ni separación. Que cuando alguien te traiciona yo lo hago y me lo hacen. Que tu miedo es el mío. Y tu serenidad está hecha de la misma materia para ambos.
La cosa está clara: tú y yo no estamos separados. Y ese tú no eres tú solo. Somos tantos que somos todos.
Si te salvas me salvo pero si eso no sucede, no hay nada que sea posible para ninguno de los dos.
Después de todo, ojalá yo fuera solamente yo y respondiera tan solo por mí misma. Pero no funcionan así las cosas en un universo que es un todo indivisible y que se mueve todo junto y de una sola vez al borde del abismo de la nada... todo el tiempo.
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