Yasutani repite, para uso de los practicantes occidentales, la definición de las cinco variedades de zen tal como las expuso Tsong-mi en el siglo IX.
1.- El Bonpu zen (del japonés bonpu, "el hombre ordinario"), práctica sin motivación espiritual que solamente busca el restablecimiento del buen equilibrio físico y psíquico.
2.- El Gedo zen (del japonés gedo, "vía exterior"), forma más espiritualista, pero no budista, que se refiere a prácticas que son ajenas a éste: meditación del yoga y del taoísmo, quietismo confuciano, contemplación cristiana; esta vía exterior es utilizada igualmente para la búsqueda de poderes pretendidamente supranormales. El Gedo zen se apoya en el joriki, el "poder psíquico", la energía que resulta de la concentración del espíritu y que procura un dominio constante, capaz de responder inmediata y adecuadamente a las circunstancias más imprevistas y difíciles.
Sólo las otras tres categorías son propias del budismo. Por consiguiente, Yasutani Rôshi insiste particularmente en ellas.
Aquí van:
El tercer tipo de zen es el Shôjô zen, que significa literalmente "Pequeño Vehículo" (Hinayâna). Este vehículo es el que os llevará de un estado de espíritu (el error) a otro (la iluminación). Se lo llama "pequeño" porque está hecho para un solo viajero; quizá lo podríamos comparar con una bicicleta. El Gran Vehículo (Mahâyâna) se parecerí más bien a un automóvil o a un autobús; también lleva a los demás. El shôjô es, pues, un zen que tiende a la paz espiritual sólo de aquel que lo practica.
Este zen es budista pero no está de acuerdo con la enseñanza más elevada del Buddha. Es más bien un zen cómodo para los que no son capaces de captar el significado más profundo de la iluminación del Buddha, es decir, el hecho de que la existencia es un todo indivisible y de que cada uno de nosotros abraza y encarna la totalidad del cosmos. De esto se desprende que no podemos alcanzar una verdadera paz del espíritu buscando tan sólo nuestra propia salvación y siendo indiferentes a los demás.
Hay sin embargo individuos que no pueden llegar a creer en la realidad de tal mundo. Aunque se les repita que el mundo relativo de las distinciones y de los contrarios, al que permanecen apegados, es un mundo ilusorio, producto de sus opiniones erróneas, no pueden desembarazarse de éstas. A esas personas el mundo les parece intrínsecamente malo, colocado bajo el signo del pecado, el conflicto, el sufrimiento y la muerte infligida o sufrida. Su desesperación les hace aspirar a escapar de él y la muerte les parece incluso preferible a la vida. Pero suprimir la vida, cualesquiera que sean el modo y las circunstancias en que se haga, es la más inadmisible de las faltas y condena a quien la comete a sufrimientos interminables durante numerosas existencias ulteriores, en razón de la inexorable ley del karma. La muerte no es, pues, el término, y lo que buscan es un medio de evitar renacer, una muerte que no vaya seguida de renacimiento. El zen shôjô ofrece una respuesta a esta aspiración. Tiene por objetivo la supresión de todo pensamiento, de modo que el espíritu se vacíe completamente y alcance un estado llamado mushinjô (de mu, "nada"; de shin, "espíritu-corazón" y jô, "fijar, determinar"), donde todas las funciones de los sentidos son eliminadas y la conciencia se suspende. Todo el mundo, mediante la práctica, puede cultivar este estado. Si no va acompañado del deseo de la muerte, se puede acceder a él durante un periodo limitado -digamos una hora o dos, un día o dos-, o incluso indefinidamente y, en este caso, la muerte se produce naturalmente, sin sufrimiento y, lo más importante, sin renacimiento.
La cuarta forma del zen se llama Daijô zen. Es el zen del Gran Vehículo (Mahâyâna) y un verdadero zen budista, ya que tiene por objeto el kensho-godô (de kenshô, "visión de la esencia" y godô, "sala de meditación), es decir, la facultad de ver en nuestra propia naturaleza esencial y de aplicar la Vía en nuestra vida cotidiana. El Buddha enseñó esta forma de zen para los que son capaces de comprender la significación de la iluminación del Buddha y tienen el deseo de superar su concepción ilusoria del universo y de conocer la Realidad absoluta e indiferenciada. El budismo es esencialmente una religión del Despertar. Después de conocer él mismo el satori (palabra japonesa derivada del verbo satoru, "reconocer", que designa la experiencia del Despertar. Kenshô tiene aproximadamente el mismo sentido, pero satori designa más precisamente el Despertar del Buddha), el Buddha pasó unos cincuenta años enseñando a los hombres a ver claro y "realizar" su verdadera naturaleza. Sus métodos se han transmitido de maestro a discípulo hasta nuestros días. Se puede decir, pues, que un zen que niegue o minimice el satori no es el verdadero zen daijô.
En la práctica de éste, el primer objetivo es despertarse a la verdadera naturaleza propia, pero, después de la iluminación, se comprende que el zazen es más que un medio para alcanzarla: es la realización de esta naturaleza verdadera. En esta forma del zen es fácil considerar (erróneamente) el zazen como un simple medio. Un maestro avisado precisará desde el primer momento que el zazen es en realidad la realización de nuestra naturaleza innata de buddha y no una mera técnica para alcanzar el Despertar. Si fuese de otro modo, se seguiría que después del satori el zazen sería inútil. Pero, como dijo Dôgen Zenji, lo cierto es lo contrario: cuanto más profundo es el Despertar, mayor es la necesidad de practicar zazen.
Por último, el Saijôjô zen es el "Vehículo Supremo", el punto más alto del zen budista y su coronación. Ha sido practicado por todos los Buddhas del pasado -en especial por Shâkyamuni y Amida-. Es la expresión de la Vida absoluta, de la vida en su forma más pura. Es el zazen que Dôgen Zenji recomendaba por encima de todo. No implica ninguna aspiración al satori ni a ningún otro objetivo del mismo género.
Por cierto, la fuente es: "Los maestros zen" de Jacques Brosse de José J. de Olañeta, Editor. Buen editor, buenos libros que sostienen la práctica.
1 pensamientos +:
Pixelada, lo sé, pixelada. De todos modos, tiene buena pinta el monje.
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