"Los escribas" de muiso


Hay que estar allí para verle la mirada que está hecha de cuarzo blanco, ébano y cristal de roca o vete a saber qué. Que está viva, lo tengo claro. Y que me conmueve bien hondo queda claro también porque sigo reeditando la entrada. Añadiendo. Ecribiendo.

Después de todo, reconozco que soy esto: apenas una aprendiz de escriba... y encantada!

Preciosa foto, muiso. Gracias.

Por cierto que esta escultura, pequeñita, se encontró en el Serapeum de Sakkara. Un lugar curioso que lleva cerrado diez años porque se está viniendo abajo.
 

Selma y la Felicidad, de Jutta Bauer



Como seguía sin encontrar la respuesta a mi pregunta, me fui en busca del Gran Carnero...





Para que lo entiendas, te contaré la historia de Selma...



Érase una vez una oveja que todas las mañanas, al amanecer, comía un poco de hierba...



...luego enseñaba a hablar a sus hijos hasta el mediodía.









... por las tardes hacía un poco de gimnasia...





                ...después, volvía a comer hierba...
...al anochecer charlaba un rato con la señora Buitráguez...










...y por las noches se quedaba plácida y profundamente dormida.









Un día le preguntaron qué haría si tuviera MÁS TIEMPO. Ella contestó:




¿Qué contestó?
(Si tenéis alguna idea responded en comentarios o entradas. Es por jugar.
Dentro de unos días contamos la suya)

Por cierto: es un cuentecito chiquitito que mi hermano me regaló el día de mi cumpleaños y fue un gran regalo. Compradlo si os gustan los cuentos ilustrados. Esto es solamente una muestra.

...... y Selma contestó: "Haría lo mismo"
 (se supone que, en realidad, lo pronunció en su idioma, es decir: "beeee be beeee")

¡Enhorabuena a los premiados! (que dirían GomaEspuma)
   

Esto es soledad. Y aún así,,,




...se tiene a sí misma y la acompañan el viento, el agua...
¿Por qué parece que está TAN abandonada?
 

Lo que de verdad se necesita es algien que friegue!




El experimento Standford o cómo nos vendemos

“La pendiente resbaladiza de la maldad” – emisión 54 (4 y 7/04/2010) – temporada 14

Entrevista de Eduard Punset a Philip Zimbardo, psicólogo de la Universidad de Stanford

Los héroes son personas que actúan cuando
la mayor parte de la gente no hace nada.
(Philip Zimbardo)

Eduard Punset: Philip, te hiciste célebre en todo el mundo con algo llamado el experimento de la cárcel de Stanford, en el que señalabas al entorno, a la situación en la que uno vive, a la hora de juzgar la conducta de las personas, ¿verdad? Me gustaría que nos explicaras detalladamente por qué decidiste realizar ese experimento tan duro y cuáles son las diferencias con un experimento previo parecido, el experimento de Milgram, que se realizó en la década de los 60.

Philip Zimbardo: A finales de los 60. Durante siglos, se ha intentado descubrir lo que vuelve malas a las personas. Se lo han preguntado filósofos, poetas, dramaturgos… y han llegado a muchas respuestas distintas. Muchos quieren creer que las personas nacen buenas o malas. Que personas como nosotros estamos en la parte buena de la línea divisoria, mientras que ellos, los malos, están al otro lado. Yo me crié en la pobreza: crecí en un gueto de Nueva York que se llama South Bronx, en el seno de una familia siciliana. Si eres pobre en una ciudad de cualquier parte del mundo, el mal está por todas partes. Y también el fracaso: tu padre no trabaja, la hermana de tu amigo es prostituta, un conocido está enganchado a las drogas… ¡no quieres creer que esté en los genes! Prefieres pensar que, si la situación cambiara, las cosas mejorarían. En cambio, si te crías en un entorno rico, te rodea el éxito. Y te dices a ti mismo: «está en mis genes, se lo transmitiré a mis hijos».

Desde pequeño, siempre creí en el poder de la situación para moldear a las personas, para bien o para mal. Mi experimento es como una tragedia griega: ¿qué pasa si pones a buenas personas en un lugar malvado? ¿Las buenas personas dominan y cambian la maldad del lugar, o bien el mal lugar corrompe incluso a los buenos? El experimento de Milgram, que precedió al mío, tenía que ver con el poder de la situación, pero con una autoridad fuerte que presionaba a alguien para que hiciera daño a otra persona.

Eduard Punset: Recordémosles un poco a los espectadores cuál era la esencia del experimento de Milgram…

Philip Zimbardo: Claro. En el experimento de Milgram participó una cifra muy importante de personas, unas 1000, en los Estados Unidos, con unas edades comprendidas entre los 20 y los 50 años. No eran estudiantes, sino ciudadanos corrientes. Mayoritariamente hombres. Para resumir, el experimentador les decía a los participantes: «queremos ayudar a mejorar la memoria de la gente. Lo haremos del siguiente modo: tú serás el profesor y él el aprendiz, y cuando haga algo bien, perfecto; pero, cuando se equivoque, le aplicarás descargas eléctricas, porque queremos ver si así mejora el aprendizaje». Todo arrancaba con una buena ideología: que la ciencia quería ayudar a mejorar la memoria, así que los participantes creían que hacían algo bueno. Había un aparato con interruptores para activar las descargas, y la primera que supuestamente se aplicaba (porque el aprendiz era un actor en realidad) era de 15 voltios. A partir de ahí cada incremento era de 15 voltios: 15, 30, 45… pero de repente, al llegar a 100, el actor empezaba a gritar desde la otra habitación: «lo dejo, no puedo más»… Si el participante era bueno, se giraba hacia el experimentador y le decía: «señor, ¿quién será responsable si le pasa algo?» La respuesta era: «Yo me responsabilizo, soy el experto, tú tienes que continuar». Y ahora eran 100, 200 voltios… El otro gritaba y gritaba… Y así hasta los 450 voltios, el máximo.

Eduard Punset: Suficiente para matar a alguien, casi.

Philip Zimbardo: Bueno, por lo menos para dejarle inconsciente. Al llegar a 375, se oía un grito y luego silencio. Y el participante decía: «señor, algo va mal». Pero se le respondía: «tienes que continuar». Milgram preguntó a cuarenta psiquiatras qué porcentaje de ciudadanos estadounidenses creían que llegarían a aplicar 450 voltios. Su respuesta fue que el 1%, solamente los sádicos. Sin embargo, se equivocaron. ¡Dos de cada tres personas llegaron hasta el final! Incluso si el otro chillaba, incluso si decía: «¡quiero marcharme, ¡tengo problemas de corazón!». Esto se llama obediencia ciega a la autoridad. El experimento demostró que, desde pequeños, se nos enseña a obedecer a la autoridad. Y normalmente la autoridad es buena: los padres, el cura, el rabino… pero no sabemos qué hacer cuando alguien bueno se vuelve malo: cuando un profesor es cruel con los estudiantes, o un padre abusa de sus hijos… Y Milgram demostró que la mayoría de las personas podían cruzar fácilmente la línea que separa el bien del mal, con buenas intenciones, y decir: «estoy ayudando a esta persona», pero le ayudaban matándole.

Y en mi estudio, 10 años después, en 1971, me dije a mí mismo que no era habitual que alguien te pidiera que hicieras algo malo. Vivimos en instituciones: la familia, las escuelas, los hospitales, el ejército… la policía… y, en esas situaciones, nadie te dice que hagas nada malo, sino que te dicen: «aquí tienes las reglas». Te asignan un rol: «tu trabajo es hacer esto». Ves a los demás haciéndolo y quieres gustarles, así que empiezas a hacer cosas que quizá no encajen con tu moral, pero que todo el mundo hace.

En mi estudio busqué estudiantes que estuvieran en alguna universidad cerca de la Universidad de Stanford, en California. Pusimos un anuncio en el periódico diciendo que buscábamos estudiantes para dos semanas, y que cobrarían 15 dólares al día por participar en un estudio sobre la vida en la cárcel. Luego hicimos tests de personalidad y entrevistas y elegimos, de entre unas 75 personas, a los más normales. Lanzamos una moneda al aire: «él será recluso; él, carcelero» y todo el mundo sabía que era un experimento pero, para hacerlo más convincente, hicimos que la policía detuviera a los chavales que iban a ser reclusos, que fueran a su casa, a la universidad o donde fuera, uniformados, y les dijeran: «Fulanito, quedas detenido por robo a mano armada, acompáñame». Luego los esposaron, subieron al coche y encendieron la sirena… Incluso sabiendo que no habían hecho nada, se sentían culpables, ahí en el coche con todo el mundo mirándoles y preguntándose qué pasaba. Y luego los llevaron a comisaría y les tomaron huellas dactilares, les hicieron fotos… y los pusieron en una celda real. Lo que queríamos era que las autoridades se encargaran de privarlos de libertad. A continuación los policías les vendaron los ojos, y nosotros los subimos a un coche y los trasladamos a nuestra cárcel. Y, cuando les quitamos la venda, ahí estaban, desnudos y con todo el mundo burlándose de ellos. Les pusimos nuestro uniforme y empezó el experimento.

Los guardias habían llegado el día antes, porque queríamos que sintieran que era SU cárcel. Les dimos bonitos uniformes, porras, silbatos, esposas… y también gafas de sol reflectantes para que nadie pudiera verles los ojos. Queríamos que los carceleros fueran anónimos y que todos tuvieran el mismo aspecto.

El primer día creíamos que no pasaba nada, porque los guardias… ¡eran buenas personas! Era 1971, ¡eran hippies! ¡Activistas de los derechos civiles! Cuando llegaron y les preguntamos si querían ser carceleros o reclusos, nos dijeron: «¡No quiero ser guardia! ¡No voy a la universidad para serlo!» Algunos incluso dijeron que los policías y guardias eran todos unos cerdos… ¿Sabes? ¡Era la época! Así que no eran malas personas ni querían ser carceleros; de hecho, al principio no había diferencia alguna entre guardias y reclusos. Además, se les asignaba el papel lanzando una moneda: todos lo sabían. Los presos no habían hecho nada malo, era un experimento. Sin embargo, al cabo de dos días, los guardias empezaron a decir que los reclusos eran peligrosos y que había que aplacarlos. Y es que, durante el segundo día, los presos se rebelaron y dijeron que no querían llevar números, ni gorrillos absurdos en la cabeza… y empezaron a insultar a los guardias, que me preguntaron: «¿y ahora qué vamos a hacer?» Yo les dije: «¡es vuestra cárcel! ¿Qué vais a hacer?»

Eduard Punset: Eso es lo que les dijiste…

Philip Zimbardo: Sí. Les dije: «¡es vuestra cárcel!». En cada turno había nueve presos y tres guardias, y me dijeron que tenían que llamar a los guardias del resto de turnos… y, entonces, los guardias utilizaron la fuerza física para controlar a los presos, que, según ellos, eran reclusos peligrosos. Nada de estudiantes, nada de un experimento… Por su parte, los reclusos empezaron a pensar que estaban en una cárcel dirigida por un psicólogo y no por el Estado; en ese momento se convirtió en una cárcel real.

Eduard Punset: Y así fue cómo un experimento que tenía que durar dos meses…

Philip Zimbardo: No, ¡tenía que durar dos semanas!

Eduard Punset: Pero duró cinco o seis días…

Philip Zimbardo: Duró seis días solamente. En mi libro El efecto Lucifer dedico un capítulo a cada día, porque quiero que el lector comprenda cómo se puede aplacar a alguien con palabras, cómo se le puede reducir creando una situación en la que se sienta impotente. Yo era el superintendente de la cárcel y dije que nada de violencia física, pero los guardias recurrieron a la violencia psicológica. Si un guardia contaba un chiste y te reías, te castigaba. Si lo contaba y no te reías, también te castigaba. Te sentías impotente, porque no sabías qué hacer.

Eduard Punset: Un inciso: ¿por qué crees que el anonimato desempeña un papel tan importante en la conducta sádica?

Philip Zimbardo: Es crucial. El anonimato significa: «yo no soy Phil Zimbardo, no soy responsable de mi comportamiento». Me pongo una máscara, una capucha… como los terroristas… si se roba un banco, se esconde la identidad… Pero si lo haces durante suficiente tiempo, pierdes la identidad y te conviertes en la máscara. En nuestro estudio, cada turno de guardias era peor que el anterior. Pero lo peor era de noche, porque los guardias sabían que yo tenía que irme a dormir en algún momento (dormía en mi oficina, en el piso de arriba, en el Departamento de Psicología). Al día siguiente, mirábamos el vídeo y veíamos que habían hecho cosas terribles, y yo les decía que no se pasaran tanto, y me decían: «sí, señor», pero al día siguiente empeoraba todavía más. Los presos empezaron a tener crisis emocionales tras 36 horas. Cada día un recluso distinto se venía abajo y teníamos que llevárnoslo al médico… las crisis tenían una duración limitada porque cuando los sacábamos de la situación y les quitábamos el uniforme, volvían a la normalidad. Al final del estudio, dedicamos un día entero a hacer balance. Nos reunimos con los reclusos, y luego con los guardias y finalmente todos juntos.

Les dije: «todos hemos hecho cosas malas, yo incluido», porque yo me había convertido en el superintendente de la cárcel, no en el psicólogo: había visto cosas terribles y las había permitido. Y terminé el estudio tras seis días, pero el verdadero motivo por el que lo acabé es que, a mitad del experimento, quise que algunos psicólogos que no conocían el estudio entrevistaran a todos los participantes: a mí, a los estudiantes, a los presos, a los guardias… y una de las personas que vino fue una mujer que había sido mi alumna, había obtenido el doctorado en Stanford y estaba a punto de ser profesora en Berkeley; y yo justo había empezado a salir con ella. Llegó y le dije: «¡mira esto! ¿A que es interesante?» pero se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: «¿pero cómo se os ocurre?» Vio a los guardias ponerles a los presos una bolsa en la cabeza, encadenarles los pies y forzarlos a andar agarrados del hombro, entre insultos y empujones… porque eran las 10 de la noche y era el último momento en el que se les permitía ir al servicio. Los guardias lo utilizaban como una oportunidad para abusar de los presos. Yo lo veía y anotaba en la lista: «es el turno de ir al servicio de las 10, los guardias llevan a los presos al baño». Para mí, no era más que un control rutinario. ¡Ella lo vio y se fue corriendo! Y yo fui tras ella y le dije: «¿Pero qué te pasa? ¡Es la  naturaleza humana!»

Eduard Punset: ¡Y ella te culpó!

Philip Zimbardo: No, entonces me dijo: «es terrible lo que les estáis haciendo a estos chavales. No son reclusos, son chiquillos, y tú eres el responsable». Yo le dije: «¿Pero a ti qué te pasa? Menuda psicóloga estás hecha, ¡eres demasiado blanda!». Y ella respondió: «Espera un momento. Creo que no quiero continuar mi relación contigo si éste es tu verdadero yo. Creía que eras cariñoso y bondadoso, ¡pero no sé quién eres!» Fue como una bofetada en la cara, pensé: «¡Dios mío!». Ahí fue cuando dije: «De acuerdo. Se ha acabado».

Eduard Punset: Philip, ¿cómo relacionas todo esto con el antiguo debate sobre la naturaleza humana? Tenemos, por un lado, la idea budista de que el ser humano es bueno. Pero, por otro lado, está la idea occidental: somos agresivos y nuestra naturaleza es mala… ¿ha ayudado esto al debate?

Philip Zimbardo: Creo que es un debate artificial. Creo que las personas nacen con la capacidad de ser buenas o malas, afectuosas o indiferentes, creativas o destructivas… que la misma mente empuja a unos a convertirse en villanos y a otros en héroes. ¡Pero es la misma mente! Porque, por lo general, para ser un héroe hay que tener un mal contra el que luchar; debe haber destrucción.

De modo que la misma situación que hace que alguien cometa actos terribles hace que otra persona sea un héroe. No sabemos por qué exactamente. Hay muchos estudios sobre el mal, pero pocos sobre el heroísmo…

Eduard Punset: Es fantástico, ¿no? Porque, veamos, tanto en el caso del héroe como en el del criminal, ¿quién es responsable? ¿La propia persona, o la institución, el sistema? ¿Qué opinas?

Philip Zimbardo: Me parece un tema fascinante. En el Holocausto teníamos a los nazis que asesinaron a
millones de judíos, gitanos, homosexuales… pero en todos los países del mundo (bueno, en los países en los que estuvieron los nazis) hubo personas que ayudaron a los judíos, que arriesgaron sus vidas. ¡Y eran personas corrientes! ¿Y cuál es la diferencia entre las personas que cometieron actos atroces y los que hicieron cosas buenas? ¿Podríamos intercambiarlos?

No lo sabemos, es como un experimento humano… lo que intento entender es si, como sociedad, podemos crear maneras nuevas de educar a los niños para empujarlos en una dirección en la que piensen que son «héroes a la espera». ¡Un héroe puede ser la madre de alguien! Un héroe es alguien que ayuda a los niños de África cada día y hace de eso su trabajo. Así que hay que ensalzar a los héroes normales y corrientes. De hecho, quiero crear una enciclopedia de héroes en Internet, en la red, como la Wikipedia, y ya he empezado, tengo unos mil perfiles con fotografías e historias… Quiero animar a la gente de todo el mundo a que diga: «he aquí mi héroe». A que nos mande información… queremos tener todos los héroes históricos, los famosos como Aquiles y Agamenón, pero también los héroes más corrientes… que alguien nos diga: «ahora os contaré por qué mi madre es una heroína» y nos envíe la historia... para tener en un lugar disponible a toda la gente del mundo esta enciclopedia de héroes.

Hay que inspirar a los jóvenes para que dejen de ser tan egocéntricos… en Estados Unidos tenemos toda una cultura del yo. Ya lo decía esa canción de Frank Sinatra: «tengo que ser yo». Pues no, los héroes dicen: «tengo que ser nosotros». Hay que empezar a pensar cada día qué se puede hacer para hacer sentir especiales a los demás. Decir un cumplido, hacer un pequeño favor… y, mientras esperas para covertirte en un gran héroe, debes preguntarte: «¿qué puedo hacer cada día para ser un héroe pequeño?

Eduard Punset: Hay otra cosa interesante, y es que también has investigado sobre la influencia del tiempo…

Philip Zimbardo: ¡Ah, sí!

Eduard Punset: …sobre la conducta. Mientras hablabas, pensaba que tener una concepción del tiempo u otra puede ser bueno o malo.

Philip Zimbardo: Me alegro de que lo digas. He estudiado la psicología del tiempo durante 30 años.
Nuevamente, teniendo en cuenta mis orígenes, debo decir que, cuando se es pobre, todo el mundo vive en el presente o en el pasado, no en el futuro. La manera de volverte rico y llegar a la clase media es mediante una educación que te centre en el futuro. Si estás orientado al futuro, antes de tomar una decisión, sopesas cuáles son los costes y cuáles son los beneficios.

Si los costes son grandes no lo haces, si los beneficios son grandes sí que lo haces, por supuesto. Básicamente, lo que hemos hecho es crear una escala para medir las distintas zonas temporales de la gente respecto al pasado, presente y futuro. Se puede pensar en el pasado de dos maneras: pensar en todas las cosas malas (los abusos, los rechazos) o pensar solamente en las cosas buenas. Se puede vivir en el presente disfrutando del momento (y ser feliz) pero si lo haces en exceso te puedes volver adicto a todo. Si eres pobre, puedes convertirte en un fatalista del presente: «nada de lo que haga va a cambiar las cosas». Entonces no planearás nada, porque tener planes o no tenerlos no cambia nada. Lo que hemos demostrado es que estas zonas temporales distintas tienen una gran influencia sobre nosotros: sobre la gente con la que nos asociamos, el tipo de trabajo que buscamos, las probabilidades de meternos en líos y cometer delitos… Y conecta con el mal porque, si solamente te centras en el presente, nunca piensas en lo que puede pasar si engañas, hurtas, robas o practicas sexo no seguro, ¡porque nunca piensas en el futuro! El mal consiste en personas que se quedan atrapadas en el presente y nunca piensan en el futuro. Nunca piensan, si violan a una mujer porque quieren sexo, qué es lo que pasará con esta mujer durante el resto de su vida. Nunca piensan en la mujer en el tiempo, solamente en su propio placer aquí y ahora. Me planteo entonces cómo podemos empezar a entrenar a las personas para que tengan una perspectiva temporal equilibrada. Que no se centre excesivamente en el futuro, porque entonces te vuelves adicto al trabajo…

Eduard Punset: Claro.

Philip Zimbardo: Que no sea negativo sobre el pasado, sino positivo, porque lo positivo del pasado son tus raíces, tu familia, tu cultura en el tiempo, tu identidad. También hay que tener un poco de hedonismo del presente en momentos seleccionados: al acabar el trabajo, date una recompensa. Éste es el equilibrio temporal ideal.

Entrevista a un maestro español

 
Lo primero que se suele decir y escuchar de Dokushô Villalba es que él es el primer maestro zen español reconocido por la Escuela Soto Zen japonesa… A ese puerto llegó después de seguir durante años las enseñanzas del Maestro Taisen Deshimaru –con el que fue ordenado monje zen- y de haber recibido la transmisión del Dharma en 1987, de la mano del Maestro Shuyu Narita… Pero, además, Dokushô Villalba teje esa transmisión en una trama de hilos variados que van desde la dirección del Templo Luz Serena a su dedicación como poeta y escritor, pasando por su afición a la fotografía o su labor de difusión del zen, más allá de la propia enseñanza… Lo cierto es que al acercarse a este maestro zen, uno tiene la sensación de asomarse al periplo personal y espiritual de un hombre a caballo entre la fidelidad a la tradición de la que forma parte y la necesidad de adaptación de ésta a “las maneras” de occidente. Pertenece, por tanto, a ese tipo de personas con vocación de tender puentes entre diferentes culturas y visiones de la vida, entre las diversas maneras de averiguar el mundo y de acompañar al ser humano en el camino del desarrollo de la conciencia…

Carmen: Hablamos un poco de ti, si te parece… Tú eres una persona que a edad muy temprana demostraste distintas inquietudes. Tengo entendido que, siendo muy joven, estuviste comprometido con movimientos sociales y políticos, y que tu acercamiento al zen también se dio muy pronto, sobre los veinte años ¿no?
Dokushô: Sí, así es… Yo he recibido una educación católica, concretamente, estudié en el colegio de los Salesianos… Y procedo de una familia muy humilde, por lo tanto siempre he estado en contacto con las clases desfavorecidas, y siempre he sido muy sensible al tema social… Así que muy pronto empecé a trabajar en los grupos de inspiración cristiana, como Acción Católica, en campañas de alfabetización, de recogida de fondos, de ropa para personas necesitadas… Todo ello muy joven, tendría yo unos catorce años. Y, poco a poco, en la medida en la que fui creciendo y madurando, pasé de trabajar con organizaciones asistenciales a vincularme con otros grupos, también cristianos, pero más comprometidos con la transformación social, concretamente con la Hoac, organización que sigue existiendo… Y, la verdad, allí tuve buenos mentores… Pero, al mismo tiempo, yo siempre sentí una tendencia, podríamos decir, mística: el amor por el silencio, el contacto con la naturaleza, la inclinación a determinadas lecturas… Es como si siempre hubiera estado en contacto con una presencia invisible que, sobre todo, en esa época, no sabía explicar… pero buscaba y buscaba, y lo hacía, en gran medida, a través de los libros. He sido un lector ávido desde joven. Y eso me llevó a leer libros de yoga, de espiritualidad, lo poco que se podía encontrar por la época… los libros de Ramiro Calle, que era el único que publicaba algo en aquella España, pero a mi me parecían muy light. Y en esta búsqueda, cayó en mis manos uno… ni sé como se llamaba… Filosofía Oriental o algo así… Allí oí por primera vez hablar de zen. Es curioso, recuerdo las cosas que me llamaron la atención… y es que se decía que en los templos zen había mucho silencio, todo estaba muy limpio y ordenado… (risas)… Esto me encantó, y pensé que ésos eras lugares muy deseables para vivir… Lo cierto es que mi actividad política continuó y creció, vinculándome a grupos más radicales como el partido comunista e incluso con otros grupos más extremistas del ámbito de la izquierda… Pero llegó un momento en que tuve una crisis fuerte con respecto a esa orientación. Yo estudiaba magisterio porque pensaba que la educación era la clave de la transformación, pero a medida que participaba en asambleas de obreros y de organizaciones políticas, me di cuenta de que ahí había muy poca conciencia, en el sentido más amplio de la palabra… De hecho, me daba la impresión de que lo que querían las clases desfavorecidas era tener los mismos privilegios que los poderosos, y, desde luego, yo no iba en esa línea del “quítate tú para ponerme yo”. Entonces, como digo, entré en crisis porque yo no veía a mí alrededor modelos de madurez, no encontraba, en ese ambiente, referentes claros… Por entonces yo tenía 19 años, y a la misma vez me ocurrían otras cosas; una de ellas, mi acercamiento a determinadas drogas… En esa época en Sevilla había mucho LSD y hachís, por supuesto. Todo ello inmerso en el movimiento hippy y alternativo propio de la época… Bueno, yo empecé a explorar por ahí. Y, claro, las primeras experiencias con LSD que yo tuve me impactaron de una manera impresionante. Me abrieron por dentro a realidades que ni siquiera podía sospechar… Tuve en esos momentos muchas experiencias intensas, de comprensión profunda, podríamos llamarle místicas. Pero yo no sabía como articular todo aquello, como digerirlo… Y fueron, precisamente, las obras de filosofía oriental que iba leyendo, las que me dieron pistas sobre lo que me estaba ocurriendo. Paralelamente a eso, un amigo, un día, me dijo que un monje zen venía a dar unas conferencias a la universidad de Sevilla. Y allí fui yo… Este monje resultó ser un discípulo del que luego sería mi Maestro, Taisen Deshimaru. Y él quería crear un centro de meditación zen en Sevilla. Esto fue en el año 76, y fue el primer centro de meditación zen que se creó en España… Así que yo le ayudé, y empecé a meditar… En fin, el contacto con la meditación me impresionó de una manera muy fuerte, y eso que fue durísimo porque físicamente yo no tenía ningún entrenamiento. Además había hecho mucho deporte y atletismo, así que tenía los músculos muy duros… y para meditar hace falta todo lo contrario, músculos largos y flexibles… Te puedes imaginar… Durante más de un año lo pasé fatal…Y, de esta manera, me empezó a cambiar la existencia. Bueno, todo cambió: cambié de casa, de relaciones, dejé de tomar “cualquier cosa”…ordené mi vida. Además, al año de estar meditando, tuve una experiencia espiritual significativa de gran apertura…y, bueno, se me hizo evidente que ese era mi camino. Coincidió, entonces, que el Maestro Deshimaru daba unas iniciaciones en Francia, y decidí acudir…

Carmen: De hecho te fuiste a vivir a París, y de su mano recibiste la ordenación de monje budista. ¿Cómo es esta relación con el maestro, imprescindible para la transmisión del zen?

Dokushô: Bueno, tú lo has dicho, en la transmisión del zen el maestro es fundamental… Concretamente, el Maestro Deshimaru tenía muchísimos discípulos, cientos de discípulos. Así que, cuando yo llegué, era muy difícil tener una relación personal con él. El Maestro dirigía las meditaciones, impartía enseñanzas a grupos muy amplios… Precisamente, yo decidí, a los dos años de llegar, instalarme del todo en París porque necesitaba esa relación más estrecha. Y, en cierto modo, se dio, porque yo pasé a formar parte de un grupo de colaboradores de su entorno, pero la gran cantidad de discípulos que él tenía por toda Europa no permitía estrechar demasiado la relación. Así que el contacto con él se daba a través del entrenamiento, de innumerables retiros y, sobretodo, en la vida cotidiana…ahí es donde se transmitía verdaderamente la enseñanza. Y bueno, como ya he dicho, conseguí colaborar directamente con él, y, por lo tanto, tenerle un poco más cerca. Yo era el traductor de su obra del francés al español. Esa fue mi especialidad en magisterio, Lengua y Literatura Francesa… Y, de esa relación más directa, poco antes de que él muriera, surgió, a propuesta suya, la idea de que yo comenzara a dirigir una serie de retiros, e impartir un ciclo de conferencias en España… Y ahí me estrené...

Carmen: Cuando en el zen se habla de la transmisión “de corazón a corazón” ¿se está aludiendo a esa relación entre maestro y discípulo?

Dokushô: Sí, esa expresión hace referencia a que la transmisión fundamental del zen no se hace a través de las palabras, aunque no estén excluidas… En realidad, lo que quiere expresar es que esa transmisión se produce de ser a ser, por empatía total. Entonces, eso requiere una actitud de gran apertura interior del discípulo al maestro, una gran entrega a lo que éste es y representa, un respeto a todo su linaje…

Carmen: En esta relación, los canales intelectuales quedan en segundo plano ¿no?

Dokushô: Eso es… Se cuenta que la primera transmisión, en este sentido, en la historia del zen, se produjo cuando el Buda Shakiamuni, después de dar una charla a miles de personas, se quedó en silencio, cogió una flor y la giró entre sus dedos, sin decir nada… Entonces, Mahakasyapa, uno de sus más fieles discípulos, que estaba en primera fila, miró al Buda y le sonrió… Y el Buda respondió a su discípulo con una mirada y una sonrisa… para, al final, añadir “en este momento acabo de transmitir el tesoro del Dharma a mi discípulo Mahakasyapa”… y esto es lo que significa, profundamente, la expresión “I shin den shin”, de corazón a corazón, es decir, de alma a alma, de espíritu a espíritu… Y, bueno, desgraciadamente, el Maestro Deshimaru murió en el año 82, y yo no me sentía maduro ni preparado para seguir solo… Entonces, me di cuenta de que debía seguir las enseñanzas de otro maestro, y así fue como en el 84 fui a Japón haciendo un viaje de peregrinaje por los principales templos, visitando a diferentes maestros, y conocí y conecté con el Maestro Shuyu Narita. Él era condiscípulo del maestro Deshimaru… y, lo cierto, es que con él sí se dio una gran química espiritual. Así que empecé a estudiar a su lado, yendo a menudo a Japón. Con él seguí un entrenamiento, y, a los tres años de seguir sus enseñanzas, el maestro me dio la transmisión del Dharma, y, diez años después, la Escuela Soto me reconoce como maestro totalmente formado.

Carmen: Y en ese momento en el que se te encomienda la transmisión de una enseñanza, que puede contribuir tanto al desarrollo de muchos seres humanos… ¿Con qué sentimiento conectas?

Dokushô: Pues, sobre todo, con el sentimiento de responsabilidad, pero, al mismo tiempo, sin darme cuenta de donde me estaba metiendo… Era muy joven, tenía sólo 28 años, por mucho que llevara en el zen desde los 19.A cierto nivel tenía mi experiencia, pero respecto a la madurez de estar en el mundo, de las relaciones era joven… Aunque cada uno tiene su aprendizaje en esta vida… Pero, la verdad, es que yo aluciné un poco… (risas)… Después, todo se fue colocando en su sitio, pero, en ese momento, yo me sentía como en un estado alterado de conciencia… Me acuerdo de la ceremonia en la que el Maestro me presentó públicamente como su sucesor. Una ceremonia de mucha solemnidad, en la que había como quinientas personas. Estábamos en el templo del Maestro, y yo fui presentado ante el Consejo de Ancianos, un grupo de unos treinta viejos maestros, que tenían que deliberar si me aceptaban como sucesor, después de que yo pasara una serie de pruebas bastante impactantes… Sí, sí, allí estaban ellos, como viejos indios con sus rostros consumidos, arrugados, como chamanes venidos del origen de los tiempos, con una mirada escrutadora que te radiografiaba el alma… Y yo, allí en medio, comunicándome con el poco japonés que sabía… yo que vengo de un pequeño pueblo de Andalucía, allí estaba, a miles de kilómetros de mi lugar de origen, viviendo todo aquello… ¡Cómo es el destino!… Pero, a la misma vez… no sé… siempre he sentido que hay una estrella que me guía. No soy yo quien ha elegido todo lo que ha ido pasando, sino algo más fuerte… yo lo que he hecho es ponerme “a disposición”… Y así se fue dando el entrenamiento en Japón, pero, en realidad, el entrenamiento mayor vino al comenzar a enseñar en España, a formar grupos, al fundar el templo… Ese está siendo el entrenamiento más duro: el intento de transmitir esta sabiduría, adaptándola a la forma de vida y a la mentalidad occidental. Porque en Japón te dan una formación monástica, que tiene su dureza, pero, a fin de cuentas, estás dentro del monasterio, con una estructura “clara”… Pero ¿qué haces cuando sales de ahí y vienes a occidente? ¿Cómo enseñas las cosas, cómo las transmites?... Además, esa adaptación forma parte de mi propia necesidad. Yo, al principio, los primeros años, traté de aplicar lo que había aprendido al pie de la letra, pero me di cuenta de que no era posible. Porque lo cierto es que, aquí, en términos generales, la gente que busca espiritualmente no tiene vocación monástica, no quiere retirarse a un sitio para recibir un entrenamiento… No, no es así… La espiritualidad se vive como algo que tiene que armonizarse con la vida laica, la vida familiar, con la vida de pareja… Y, bueno, esa es la transformación que está haciendo occidente del zen, que en Japón es eminentemente monástico y aquí es laico.

Carmen: Alan Watts decía que el zen es sentir la vida en lugar de sentir algo acerca de la vida… Esto coincide con la idea de que el zen es “lo más natural”, pero también se le ha llamado “la vía abrupta”. ¿Qué significan y qué tienen de verdad estas dos definiciones?

Dokushô: Cuando se dice que el zen es lo más natural, se está queriendo transmitir que la realidad es “tal cual es”, que tú eres lo que eres, tal cual… Tal cual es la expresión clave en el zen… Tal cual se está manifestando “la cosa”, aquí y ahora… “No la toques ya más, que así es la rosa” decía Juan Ramón Jiménez… Eso quiere decir que lo que se entrena es la percepción del instante, sin que pase por una elaboración mental sofisticada y compleja… El maestro Dôgen, que fue el que introdujo el zen en Japón, en el s. XIII, cuando volvió de estudiar en China varios años, le preguntaron qué es lo que traía, qué es lo que significaba el zen, y sólo contestó: “No traigo nada, las manos vacías… Los ojos son horizontales y la nariz es vertical…”. Esa fue toda su respuesta… El Buda enseñó que vivimos en un estado de ensueño, que él llamó ignorancia. Un estado desde el que interpretamos la realidad, y no vivimos las cosas tal cual son. Esto, en parte, es debido a que funcionamos con una mente representativa. El pensamiento es una representación de la realidad, pero no es la realidad. Y éste es el origen de la ignorancia, ese cúmulo de artificios, de imágenes y conceptos en el que nos hemos refugiado… Así que el entrenamiento básico del zen es tomar conciencia de esto y despertar más allá de la propia subjetividad, aprender a desarrollar un estado de presencia continuado que funcione como un espejo y que refleje la realidad tal y como es, sin que medie el pensamiento, pero aceptando el pensamiento. Por eso en el zen se considera que el estado de no pensamiento es una puerta de liberación, pero estaría bien deshacer el error, muy extendido, por cierto, de que la práctica del zen consiste en no pensar… En el zen se dice que el estado de conciencia a alcanzar en la meditación es un estado de pensar sin pensar, lo cual quiere decir, simplemente, dejar que el pensamiento se produzca sin identificarse con él…

Carmen: ¿Meditar desde el testigo?

Dokushô: Sí, claro. Lo que nosotros llamamos estado de presencia no es otra cosa que meditar desde el testigo. Esa es una cualidad de conciencia que todos tenemos: reflejar lo que está sucediendo, como un espejo. Lo que sucede es que, si no estamos acostumbrados a observar desde el testigo, nos identificamos con la cosa reflejada, con las imágenes que aparecen en la conciencia. Al producirse esta identificación, olvidamos que somos la conciencia que refleja eso… Y ese es el trabajo de la meditación: aprender a desidentificarse de los contenidos, sin luchar contra ellos… Este es el entrenamiento de la meditación zen, como digo, pero debe ser continuado en la vida cotidiana. Todo aquello que se vive debe convertirse en soporte de presencia.

Carmen: Siempre se habla del zen como de un camino paradójico… Se dice que es perderse para encontrarse, vaciarse para llenarse… ¿Cuál es el sentido de esa paradoja?

Dokushô: La paradoja está en el núcleo mismo de la enseñanza del zen, porque la tradición zen es no dualista, es decir, se apunta a una realidad no dual. Pero, claro, nuestro pensamiento funciona siempre en base al dualismo. No podemos pensar de otra manera hoy por hoy. Nuestra lógica es una lógica binaria, como la de los ordenadores. Así que pensar es estar atrapado en el dualismo. Entonces, lo que hace el zen es introducir la paradoja para bloquear esa lectura dualista de la realidad y permitir un salto de conciencia, más allá de esa manera de leer el mundo. Por eso en el zen, cuando se transmite a través de la palabra-y en el lenguaje la dualidad está siempre presente-, se utiliza la paradoja, haciendo palpables y visibles las contradicciones de nuestro pensamiento… como si la mente dualista fuera una rueda que está continuamente girando, y el pensamiento paradójico fuera un palo que introduces entre los radios de la rueda… Esto te lleva, forzosamente, a que no haya más remedio que dar un salto más allá…

Carmen: ¿Por qué tiene tanta importancia en el zen la postura meditativa?

Dokushô: Pues porque la practica del zen es una transformación alquímica. Se trata sobretodo de fortalecer, como te decía antes, la conciencia del testigo, esa cualidad luminosa de nuestra conciencia… y para llegar ahí se tiene que producir una transformación: la materia se transforma en energía y la energía se transforma en conciencia. La base de la conciencia es la energía y la base de la energía es la materia. Nuestro cuerpo es materia organizada, y cuando nos sentamos en zazen, en la postura meditativa, disponemos nuestra materia de una manera determinada para que la energía fluya de un determinado modo, y se produzca una transmutación de esa energía en conciencia… Bien, pues un elemento fundamental para esta transformación es que no haya pérdida energética durante la práctica de la meditación. Por eso, el cuerpo, al disponerse en esa postura, se convierte en un todo cerrado; por eso, la posición de las manos, en zazen, crea un circuito cerrado… y todo ello genera un estado de estabilidad e inmovilidad, de concentración de energía sutil, de recogimiento sensorial que, a la larga y con la práctica, nos da acceso a la conciencia, a una mirada interior muy poderosa… Así, yo considero que la práctica de zazen es una ciencia… A veces, le llamo una alta tecnología espiritual.

Carmen: Pero zen no es sólo sentarse, no es sólo meditación… ¿Qué hay antes y después de sentarse con las piernas cruzadas?

Dokushô: El zen es la vía del Buda, y esta vía está basada en tres principios: Sila, Samadhi y Prajna. Sila se refiere al comportamiento en la vida cotidiana, la manera de vivir; Samadhi es el estado propio de la meditación; Prajna es el estado de la sabiduría… Se dice que los tres están íntimamente relacionados, que no se puede dar uno sin otro y que hay que desarrollar los tres por igual. Lo que diferencia a unas escuelas budistas de otras es el énfasis que ponen en cada uno de esos principios o, mejor dicho, el orden en que se trabajan. Pero, a la larga, todos han de desarrollarse… Por ejemplo, el comportamiento en la vida cotidiana implica un determinado código ético que es tremendamente importante, porque, digámoslo claramente, hay formas de vida que no permiten el acceso al samadhi, y se considera que de ese estado de samadhi surge la sabiduría. La sabiduría significa, también, saber como vivir… Así que los tres principios se retroalimentan…Pero si sólo se cogen códigos éticos, normas morales, sin que eso surja de una experiencia real… eso está lleno de superficialidad, mandamientos impuestos desde el exterior al interior. En la vía del Buda, la idea es que cada uno descubra la sabiduría, como conducir su vida de la mejor forma posible, como despertar la conciencia que va a iluminar su comportamiento… Todo ello más allá de códigos éticos impuestos, insisto. Por ejemplo, en el budismo la principal fuente de inspiración para las relaciones es la compasión… Pero no creo que se trate de adoptar una compasión forzada y estúpida. Yo creo que es mucho mejor y más profundo partir de una comprensión y una experiencia desde la que, naturalmente, nace la compasión, sin imposiciones religiosas… En el budismo, como ya hemos hablado, se dice que la forma básica como se manifiesta la ignorancia es en el pensamiento dualista, que divide la realidad en partes… Sin ir más lejos, tú y yo: tú eres tú y yo soy yo…incluso se podría llegar a creer que no tenemos nada que ver, tú tienes tu vida y yo tengo la mía… Es decir, el pensamiento individualista y egocéntrico habitual: tu felicidad no tiene que ver nada con mi felicidad… cada uno que se busque la suya…Imagínate, cómo se puede sentir ahí compasión alguna… Pero cuando tienes una experiencia de apertura de la conciencia, y te das cuenta de que todo en la vida, absolutamente todo, está interrelacionado y que…realmente…tu felicidad es algo que a mí me afecta… y mi felicidad es algo que a ti te afecta…Ahí no hay vuelta atrás, ahí comienza a derrumbarse el egocentrismo. Como dice el Dalai Lama “nos volvemos compasivos por puro egoísmo”… Pienso que la cualidad de esta compasión es muy distinta…

Carmen: Tú estás contribuyendo con tu enseñanza al acercamiento entre la concepción budista del sufrimiento y las aportaciones de la psicoterapia para desenterrar las raíces de este sufrimiento… ¿Crees que son caminos paralelos o, dicho de otra manera, cuál es el estado de salud mínimo para abordar el camino espiritual?

Dokushô: Todo esto depende mucho de las personas… Hay personas que si no sanan mínimamente su estructura de personalidad, difícilmente pueden tener una apertura a lo espiritual, una verdadera apertura… Otra cosa es asumir formas externas de religiosidad… Pero también hay que decir que se puede producir esta apertura sin que haya que pasar, necesariamente, por la psicoterapia. Por mi experiencia en todos estos años, tanto por toda la gente con la que he trabajado como por mí mismo, considero que es muy recomendable que toda persona que sienta una inclinación a lo espiritual pase por un proceso de revisión y autoconocimiento…

Carmen: Sí, porque si no hay una revisión profunda de uno mismo, tengo la sensación de que el anhelo espiritual se puede convertir en una manera más de camuflar el dolor, en una patología más del carácter… ¿no crees?

Dokushô: Por supuesto, esto es algo que yo he encontrado a lo largo de mi vida en muchas personas, pero también es algo que he podido ver en mi mismo… Sí, a menudo se aborda la espiritualidad desde la patología, precisamente, por lo que hablábamos antes, por no haber mirado un poco la estructura de nuestro carácter… Hay muchos huecos y vacíos que tratamos de suplir dirigiéndonos hacia una realidad superior, es decir, caemos en una falsa sublimación muy peligrosa, mucho más peligrosa que la neurosis normal y corriente… Porque la experiencia espiritual, básicamente, es una experiencia de apertura y expansión de la conciencia, más allá del núcleo del yo con el que nos identificamos. Esta es una experiencia que requiere una estabilidad muy grande del ego, es decir, un yo que sepa encajar adecuadamente esa apertura. Tenemos que tener un ego bien formado para poder trascender… Esto ya lo decía Don Juan en las enseñanzas a Castaneda… decía que para saltar al “nagual”, esa dimensión más allá del tiempo y del espacio, había que tener el “tonal” muy bien asentado, y el “tonal” es el yo ordinario… Porque en caso de que se pueda producir esa expansión-que en la gran mayoría de los casos no se puede producir-el impacto puede ser tremendo… A veces, esta apertura se vive después de haber forzado mucho la estructura del yo… a través de retiros intensivos, a través de la ingesta de sustancias… Pero si no se tiene un ego con suficiente fortaleza, esto se puede vivir como una paranoia increíble, una experiencia filtrada por la patología imposible de integrar…

Carmen: ¿Piensas, sin embargo, que una experiencia de comprensión, en algunos casos, puede ser sanadora en si misma, desmontar, en parte, la estructura de ese ego que se ha hecho el amo de la casa?

Dokushô: También eso ocurre… El ego es básicamente un conjunto de mecanismos de defensa, son murallas que creamos para defender algo… Lo que básicamente tratamos de defender es una experiencia temprana de dolor en la que fuimos tronchados en el alma. Todos hemos vivido esto, en una medida o en otra. Para tener una experiencia de expansión, necesariamente, estos mecanismos tienen que aflojarse. Entonces, en la medida que esos mecanismos se aflojan, irrumpe la conciencia e ilumina el núcleo del dolor… Con la psicoterapia se intenta llegar a ese núcleo, y, desde ahí, ir aflojando… pero también es cierto que la práctica espiritual te puede llevar primero a esa expansión y, como consecuencia, ponerte en contacto con la raíz de nuestros mecanismos… Sin embargo, hay algo que empieza a estar claro: es mejor trabajar desde los dos ámbitos… Había un maestro Zen chino que era conocido por su método de enseñanza al que denominaban “el picotazo de la gallina”. El método consistía en, desde fuera, dar un “toque”, una llamada de conciencia al discípulo… Se consideraba que el discípulo estaba encerrado en un cascarón, como un polluelo, y había que ayudarle a salir. Y el maestro hacía las veces de la gallina que, con sus picotazos, le ayudaba a romper el cascarón. Pero, al mismo tiempo, el polluelo tiene que trabajar desde dentro, ayudar a que se produzca esa apertura… Así, podríamos decir, que cuando uno se pone a trabajar en psicoterapia, asume la responsabilidad del polluelo, trabajar desde dentro, desde el fondo, y, a la vez, dejándose ayudar por la influencia espiritual…

Carmen: Y ¿qué líneas de psicoterapia están más cerca de este planteamiento integrador?

Dokushô: Más que de líneas de psicoterapia hay que hablar de psicoterapeutas. Yo me acerco a lo que llamo psicoterapias con “el techo abierto”, aquellas que contemplan la posibilidad del contacto con lo espiritual. Estas, por lo general, son de la familia de las transpersonales: gestalt, bioenergética… Pero te digo que depende tanto de los psicoterapeutas… porque algunos, por más que estén en alguna de estas líneas, no tienen en absoluto ese techo abierto del que hablamos… Mira, la enseñanza del Buda es una terapia del sufrimiento, y el estado máximo de salud es el estado de iluminación espiritual, concebida como experiencia absoluta de felicidad, o sea, de salud total. Lo que pasa es que el budismo atiende a un ámbito de la conciencia distinto de la psicoterapia… pero es muy positiva esta interfecundación que se está dando en occidente, y pienso que se ha abierto una vía de futuro.

Carmen: Desde Buda hasta nuestros días, desde India a Japón pasando por China… ¿Qué es lo que el zen aporta al budismo?

Dokushô: El zen es puro budismo, es una escuela, un linaje budista… La única respuesta que yo podría darte es decirte cuales son las características principales de este linaje… y, sin duda, una de ellas es la devoción por la postura sedente de meditación. Todas las escuelas budistas practican la meditación, pero en el zen ésta ocupa el lugar central, junto al estudio de todos los estados internos de desarrollo de la conciencia que aparecen en zazen. Además, se ha desarrollado, muy ampliamente, toda una pedagogía para ir conduciendo al practicante a través de su mapa interior… Y, bueno, otra de las características es la simplicidad y la sencillez. Puesto que contactar con lo esencial es el método que conduce a una experiencia de expansión, eso se puede producir en todo tipo de cultura, en cualquier momento de la historia. El zen puede despojarse, fácilmente, de toda la envoltura social y cultural que lo cubra en cada momento… Y esto es lo que estamos observando, en los últimos tiempos, en occidente. Se está produciendo una depuración de todo el bagaje japonés, y, poco a poco, el zen irá adquiriendo un ropaje occidental, pero la esencia siempre será la misma.

Carmen: Han pasado ya bastantes años desde que recibiste la transmisión del Dharma… y, desde entonces, tus enseñanzas han orientado a innumerables personas… ¿Piensas que llega un día en el camino de todo buscador que hay que vaciarse de toda enseñanza?

Dokushô: Mira, en el budismo estudiar con un maestro es fundamental. No hay realización si no hay trabajo con un maestro. Es así como se entiende, pero esto no quiere decir que tenga que ser así toda la vida. Hay un momento en que tu propio maestro te indica que has de continuar por tu cuenta… Pero no se puede ir con prisas, hay que tener paciencia… ¿Si hay que vaciarse de todas las enseñanzas…? Fíjate, la enseñanza profunda del zen es, precisamente, el vaciamiento.. Las enseñanzas son como muletas, muletas que nos ayudan a subir peldaños en la apertura de la conciencia…pero la realización espiritual por excelencia, en nuestra tradición, es la experiencia de la naturaleza vacua, el vaciamiento de todo…De hecho, el zen es no zen, incluye dentro de su propio camino su autonegación, su autotrascendencia.

Carmen: En fin, el otro día leía un poema de Fernando Pessoa, en nombre de Alberto Caeiro, que decía “Paso y me quedo, como el Universo”… Eso es zen ¿no?

Dokushô: Es puro zen… porque, claro, es que el zen no es nada…El zen viene ser una falta de visión particular de las cosas… Y esa percepción también la han tenido otras muchas personas, como, por ejemplo, ese personaje de Pessoa, Alberto Caeiro… Por cierto, me gustan mucho sus poemas… A mí me encanta la fotografía, y estoy queriendo hacer un libro de fotos de naturaleza, acompañadas de poemas de Alberto Caeiro… Sería bonito…

Andar el Tao

No es que cada uno de nosotros tengamos un alma, sino que pertenecemos a un alma más grande, muy grande, enorme. Ella, como el propio Dios, se da, se regala, se olvida de sí misma y así transforma la realidad y la hace hermosa, bonita de vivir. Cambia el juicio por aprecio del esfuerzo. Lo convierte en paciencia y esperanza en que cualquier error (propio o ajeno) nos conducirá, seguro, a la otra orilla.

¿Qué hago yo aquí?

Nos hemos preguntado casi todos en algún momento dentro del dojo y con una intensidad tan completa que ha faltado poco para que nos levantáramos y saliéramos por la puerta.

Faltó ese poco.

El quedarnos es signo inequívoco de pertenencia. No nos vamos porque el lugar retiene y reclama a los suyos. Puede más que nosotros. Sabe más de nosotros que nosotros mismos. Así que pudiera ser, y de hecho sucede, que yo lograra juntar el valor necesario para darme la vuelta y dejar de practicar zazen. Pero, una vez pisado un dojo, el zen me marca para siempre aun cuando nunca más vuelva.

Cualquier sonido que vuelva a escuchar será de metal, de madera o de campana y será una llamada para volver a casa.

Volvemos, siempre volvemos aunque pasen mil años. No hay vuelta atrás, se hace tierra el punto de no retorno.

Cualquiera que haya escalado una montaña, aunque sea pequeña y bajita, sabe que hay un punto a partir del cual lo único que uno puede hacer es seguir. O quedarse quieto para siempre y morir allí, pero dar la vuelta es imposible. Aunque lo deseáramos, que lo desearemos, con todas nuestras fuerzas.

Thomas Merton



Si quieres saber quién soy, no me preguntes dónde vivo, o lo que me gusta comer, o cómo me peino.

Pregúntame, más bien, por lo que vivo, detalladamente, y pregúntame si lo que pienso es dedicarme a vivir plenamente aquello para lo que quiero vivir.

A partir de esas dos respuestas, puedes determinar la identidad de cualquier persona. También de la mía. (Thomas Merton, monje cisterciense de quien algunos budistas dijeron que era "un buda natural")

¿Cuánto vive Brahmâ?

Según el hinduismo, el Ser Absoluto se manifiesta en una Creación de duración limitada que se reabsorbe de nuevo en Él mismo de manera cíclica. De hecho, todo en el universo está sujeto a estos ciclos de tiempo. Es la teoría de los yuga («era»), según la cual existen cuatro épocas que juntas se denominan mahâyuga o «gran era» y que, al repetirse mil veces, equivalen a un día del dios Brahmâ (el equivalente aproximado a 4.320.000.000 años de cómputo humano).

Este día de Brahmâ o kalpa se inicia con la creación, en la que un universo surge del Absoluto y se generan todas las cosas; termina con la fusión en ese mismo Absoluto, disolviéndose todo tras el proceso de evolución. Viene a continuación la noche de Brahmâ, de igual duración, tras la cual todo vuelve a repetirse. Es la historia del Ser que se desarrolla en ciclos rotatorios.

La primera de las edades o yuga, de 1.725.000 años de duración se denomina kritayuga o «era de la acción», aunque también recibe los nombres de dharmayuga («era del deber»), satyayuga («era de la verdad») y devayuga («era de los dioses»). Es la más perfecta, la Edad de Oro, en la que se respetan todos los preceptos religiosos. Durante este período el dharma u orden moral del mundo está firme sobre sus cuatro patas, como una vaca sagrada. Es un cien por cien eficaz como elemento estructural omnipresente en el organismo del universo. Los hombres nacen virtuosos y consagran su vida al cumplimiento de sus tareas. Los sacerdotes alcanzan la santidad, los reyes actúan según altos ideales de conducta, los campesinos se dedican felizmente a la agricultura y las clases inferiores viven respetando el orden sagrado de la vida.

La segunda era hindú, tretayuga («era de los tres fuegos»), es de 1.296.000 años de duración. Durante esta era el universo se halla sustentado únicamente por tres cuartos de virtud. Los miembros de las cuatro castas ya no conocen automáticamente sus deberes, sino que deben aprenderlos, y se comienza a apreciar un proceso degeneración en las costumbres y en la moral.

La tercera de las cuatro yuga, de 864.000 años de duración, se denomina dvaparayuga («era de la duda»). Durante este tiempo sólo dos de los cuatro pilares del dharma se mantienen, por lo que la relajación de la moral es mayor que en las dos eras anteriores. Se ha perdido el sentido de jerarquía y comienza a notarse cierto grado de anarquía en la sociedad. Las gentes se vuelven mezquinas y codiciosas y dejan de cumplir sus deberes. El camino recto sólo puede seguirse con grandes dificultades.

Kaliyuga («era del pecado») es la presente era hindú, cuarta de este ciclo de la creación, de 432.000 años de duración. En esta era los elementos bajos y mezquinos triunfan plenamente. Es el peor momento del universo, en el que la degradación ha llegado al máximo. La mayoría de las gentes vive en pecado y dominada por los vicios y la violencia. Abundan las guerras, el hambre y las catástrofes naturales. Según la Tradición, esta era se inició el viernes 18 de febrero del año 3102 a. C., día de luna llena del mes de Mâgha (28 de enero al 26 de febrero).

No parece que el Ser vaya a reabsorberse en Sí mismo en 2012.
Sí parece que estemos plenamente inmersos en la kaliyuga.
También el Buda lo advirtió: "... día llegará en que ni los monjes comprenderán el significado de los sutras."

El simbolismo del kesa

Una arquitectura tan complicada como es el kesa no puede ser que sea tan solo, que seguro que también, la representación de un campo de arroz. No me creo que el rakusu, que se otorga en la primera ordenación, tenga de casualidad cinco bandas, el kesa de monje siete y que solamente tras éste se pueda coser el de nueve y que solo los maestros estén autorizados para confeccionarlos con los colores que prefieran y los adornos que mejor les parezca incluido el no adorno y las no bandas, es decir el kesa del vacío.

Me pregunto por qué los cuatro sellos cuadrados no existen más que en la escuela Soto y qué simboliza el campo de diamantes con diez filas de diez puntadas exactamente.

Qué indican las ataduras y por qué la forma tan incómoda de vestirlo que no tiene ningún sentido práctico.

Por qué la gente en los dojos no se cuenta por el número de personas que conforman, alimentan y ponen en circulación el espacio sagrado del dojo y la energía en él contenida, sino por el número de kesas o de rakusus. Entendiendo que cuantos más kesas haya presentes en el dojo, más poderoso es el efecto de la meditación (conexión y puente entre el Cielo y la Tierra) en nuestro mundo personal y en el mundo que compartimos. ¿Por qué?.

Es desesperante el hermetismo en el zen. Sé, sin ningún lugar para la duda, que cada gesto dentro del dojo, y se siente mucho en las sesshines, tienen un significado profundo (o siete sellos que levantar para llegar al tesoro que custodian) que literalmente hace que la conciencia mute. Pero no lo dicen. O lo descubres tú solo o no hablan.

Un dojo es, además de mucho más, la reunión de una familia espiritual. Allí se reúnen quienes pertenecen a la misma sangre de alma (la misma estirpe, idéntico linaje); quienes se han ido buscando y encontrando, de generación en generación, desde el principio, por el compromiso aceptado de guardar y transmitir la Tradición. Empeñados en esa tarea.

La idea de Dios en el zen

es que no es casualidad que en el zen no se hable de Dios. El resto de formas tradicionales también evitan nombrarlo. Seguramente porque hacerlo supone limitar lo que no tiene límites, reducir lo que es inabarcable, disminuirlo...

Shunryu Suzuki señalaba (por ahí está escrito en alguna entrada): "Mucha gente dice que el budismo es ateo porque no hay una idea particular de Dios. No ignoramos que existe un Absoluto pero no hablamos mucho de ello pues sabemos que está más allá de los límites de nuestra mente."

Y Dôgen: "Hay Alguien en lo que no es del orden del pensamiento y ese Alguien es el que me sostiene. Pero ese Alguien no tiene ni forma, ni color, ni sustancia."

No hablamos mucho de ello pero no ignoramos que hay más de lo que se puede ver y tocar. Con la práctica de zazen accedemos, si o sí, a zonas que pertenecen a lo que en la Tradición se denomina "el mundo intermedio" y por donde el zen recomienda pasar con cuidado, de puntillas. De hecho advierten que es un obstáculo en la Vía, uno de los grandes aunque no el único, porque despista y hace muy grande el ego y por lo tanto aumenta el sufrimiento pero sobre todo la separación. Eso no es Dios aunque también lo sea, como todo.

Creo que Dios no es alguien; creo que es sólo que de alguna forma tenemos que referirnos a ese principio que es el Principio, quienes tenemos gusto por investigar este tipo de cosas... que no tienen por qué ser todos los caminantes de la Vía y los compañeros de vida. Ni mucho menos. Hay gente que declina hacerlo. Depende de la naturaleza de cada cual. No tiene importancia para lo que de verdad nos ocupa.

Dôgen dice acerca del kesa

«En el Sutra del Loto se dice que los méritos del kesa se extendieron por los pueblos, por las ciudades, por las aldeas y por los campos. Se extendían de una persona a cincuenta. El mérito del kesa no tiene límites. Otros tesoros nacionales también tienen méritos, pero los méritos del kesa son completamente diferentes. Los demás tesoros no llevan la transmisión correcta del Dharma budista, pero el kesa si la lleva».

«Aquel que transmite correctamente la Vía transmite siempre el Dharma y el kesa budista juntos. Nunca se ha conocido, ni en el cielo ni en la tierra, a un Patriarca sin Dharma o sin Kesa. Esta es la razón por la que la forma, el color, la materia, los grandes méritos, el cuerpo, la mente, los huesos y la médula del kesa se encuentran únicamente en la transmisión correcta».

Shobogenzo Den-e
«La Transmisión del kesa»
de Eihei Dôgen