Es obvio ¿no?

 
Más o menos así razonamos la gente del ZEN





y de esta forma llegamos al Vacío como conclusión


 
 

Robai shin, el espíritu de la abuela

Dáte cuenta de que tú mismo no serás grande hasta que hayas vivido largo tiempo.

En el Tenzo kyokun (manual de instrucciones para el cocinero zen), Dôgen señala tres "clases" de espíritus: kishin, el espíritu feliz; daishin: la grandeza de espíritu; roshin o robai shin: el espíritu de la abuela.

Esa forma de ser, estar y actuar, emocionarse y transmitir que tienen las abuelas; limadas las asperezas de su carácter por los años y las circunstancias; que dejaron a un lado el orgullo porque tuvieron tiempo suficiente para saber que nunca fueron ni más ni menos que cualquiera. Que comprenden sin justificación ni ira. Que enderezan con suavidad firme y serena. Delicada y segura.

Habrá que recuperar el respeto por el consejo de los ancianos. Algunos de nosotros tendremos que aprender y encarnar esa forma porque nos va llegando el tiempo y es bueno que no se pierda nunca el espíritu dulce y amable que, de todos modos, ni cede ni duda ni transige... con mucha suavidad y mucha paciencia, que decía Etiénne.

Y, sobre todo, concedernos el permiso de tratarnos así a nosotros mismos. Sin maltratarnos y asumiendo el castigo justo (que suele corresponder con la reparación del daño hecho).

Las abuelas nos cogen de la mano y susurran ánimos y promesas mientras nos conducen a nuestro lugar en el mundo... vale, también es verdad que si nos ponemos brutos nos sacuden con la zapatilla.

Por cierto, la foto es un fotograma de la película "El camino a casa". Dicen que es una ternura. Por si no la habéis visto.

Si...

Si hubiera alguna religión que pudiera satisfacer las necesidades "humanas", estate seguro que la habria creado el diablo

Teresa de Jesús

 
" Es muy necesario el maestro, si es esperimentado; que si no, mucho puede errar y traer un alma sin entenderla ni dejarla a sí mesma entender; porque, no entendiendo el espiritu, afligen alma y cuerpo y estorban el aprovechamiento"
 

Ayuna

De vez en cuando, ayuna. Pongamos que un día de cada mes, el que mejor te venga. De comida o de palabras o de las dos cosas a la vez. De elecciones y decisiones. De quieros y no quieros. Suspende las apetencias y los planes y las expectativas. Solamente por ese día, que tampoco hace falta empalagarse.

Un día que no tengas que ir a trabajar, siéntate, quédate quieto y callado y permite que la vida pase por ti y te reclame en la forma que quiera. Si te llaman por teléfono responde, pero no llames tú para evitar la soledad, el silencio y la inactividad. Sin leer, sin radio ni tele, sin bordar, dibujar, escribir ni colorear..., tampoco en zazen. Nada. No escapes de ese día, ese único día durante el cual lo único que tienes que hacer es ser y estar.

Te aseguro que es todo un reto. Acompañar a la vida tal y como se manifieste y te pida. Sin elegir, sin decidir, sin buscar emociones o sensaciones. Anulado. Disponible.

Casi seguro que termina resultando un día eterno. O no.

¿Lo había dicho ya? Pues por si acaso, porque es precioso

Olvidar lo que se da
Olvidar al que da
Olvidar a quien se le da.

Y para muestra, un botón: una antigua oración zen que se recitaba antes de comer en los monasterios: "Que nos demos cuenta del vacío de las tres ruedas: del que da, del que recibe y del regalo"

Hale, a regalar en plan mushotoku!

A este paso igual hasta somos felices.

Algunas veces...

..., en el combate (y no nos engañemos, combatimos diariamente contra muchas cosas de todo tipo: la enfermedad, la injusticia, nuestros errores...), hay que levantar el escudo y plantar la lanza.

La guerra no es deseable. Contra otros es el último recurso. Contra algunas cosas de nosotros mismos... bueno, es la guerra santa de la que habla el islam y no creo que esto resulte escandaloso.

Plantar la lanza significa mantener la posición elegida. Levantar el escudo de armas, significa usar aquellas virtudes que por linaje nos asisten y pertenecen para protegernos contra el enemigo, sea cual sea, del interior o del exterior. Son las que corresponden a la combinación del apellido paterno y el materno recibidos como herencia o, por simplificar -porque la simbología de la heráldica es muy rica-, la del paterno o, si nos identificamos más con la sangre de la madre, el materno. Cada cual sabe.

Son las cualidades más nuestras, los valores que nos sujetan. Virtudes que hay que mantener listas y afiladas, que hay que entrenar en el minuto a minuto de cada día para evitar la guerra y mantener nuestra paz y de paso la de todos.

No sé si me explico bien pero no lo voy a intentar más. Mejor entrad en esta página y ved cuál es vuestro escudo de armas. A lo mejor os descubre algo....

http://www.heraldaria.com/armorial.php

Por lo menos será interesante, que no es poco.

El gato zen. Un cuento

Hace 200 años, en Japón, antes de la Restauración Meiji, existió un maestro de Kendo llamado Shoken, su hogar estaba invadido por una inmensa rata. Esta es una historia inusual de gatos y ratas.

Cada noche la rata grande llegaba a la casa de Shoken y lo mantenía despierto. Tenía que dormir durante el día. Consultó a un amigo que se dedicaba a criar gatos, algo así como un entrenador de gatos. Shoken le dijo: "Préstame tu mejor gato".

El entrenador le prestó un gato de callejón, extremadamente rápido y un muy ávido cazador de ratas, con garras firmes y músculos de gran fuerza. Pero cuando se enfrentó cara a cara con la rata en la habitación, la rata no cedió terreno y el gato tuvo que darse la vuelta y correr. Había algo decididamente especial con aquella rata.

Shoken consiguió entonces un segundo gato, uno de color jengibre, con un ki increíble y una personalidad agresiva. Este segundo gato no cedió terreno, de esta manera el gato y la rata lucharon; pero la rata lo superó y el gato tuvo que realizar una apresurada retirada.

Buscó un tercer gato, uno de color blanco y negro, lo enfrentó a la rata pero no corrió mejor suerte que los dos anteriores.

Shoken consiguió un gato más, el cuarto; era negro, viejo y no estúpido, pero no era tan fuerte como el gato de callejón o el gato color jengibre. Entró al cuarto, la rata lo miró un poco y avanzó. El gato negro se sentó, imperturbable, y se mantuvo completamente inmóvil. Un titubeo cruzó la mente de la rata. Se acercó cautamente poco a poco; estaba sólo un poquito asustada. Repentinamente el gato la agarró por el cuello, la mató y se la llevó arrastrando.

Posteriormente Shoken fue a ver a su amigo entrenador de gatos y le dijo: "Cuántas veces he perseguido a esa rata con mi espada de madera, pero en vez de golpearla me rasguñaba; ¿cómo pudo tu gato negro deshacerse de ella?"

El amigo le dijo: "Lo que deberíamos hacer es citar a una reunión y preguntarle directamente a los gatos. Tu eres un maestro de Kendo, tú haz las preguntas; estoy bastante seguro de que todos entienden sobre artes marciales".

Así que hubo una reunión de gatos presidida por el gato negro que era el más viejo de todos. El gato de callejón tomó la palabra y dijo: "Soy muy fuerte".
El gato negro preguntó: "¿Entonces por qué no la venciste?"

El gato de callejón respondió: "Créanme, soy muy fuerte; sé cientos de diferentes técnicas para atrapar ratas. Mis garras son fuertes y mis músculos me dan un largo alcance. Pero esa rata no era una rata común y corriente".

El gato negro dijo entonces: "Entonces tu fuerza y tus técnicas no se pueden comparar con las de aquella rata. Tendrás mucho músculo y mucha técnica, pero la habilidad sola no fue suficiente de ninguna manera"

El gato jengibre habló: "Soy enormemente fuerte, estoy constantemente ejercitando mi ki y mi respiración a través de zazen. Me alimento de vegetales y sopa de arroz, por ello tengo tanta energía. Pero me fue imposible vencer a la rata. ¿Por qué?"

El gato negro respondió: "Tu actividad y energía son grandes, es cierto, pero la rata estaba más allá de tu energía; eres más débil que la gran rata. Si estás fijándote en tu ki, orgulloso de él, se transforma en algo así como grasa. Tu ki es sólo una explosión transitoria, no puede durar y todo lo que queda es un gato furioso. Tu ki puede compararse con el agua que fluye de una llave; pero el de la rata es como un gran geiser. Esa es la razón por la cual la rata fue más fuerte. Aunque tengas un ki muy fuerte, en realidad es débil pues confías demasiado en ti mismo."

Le llegó el turno de hablar al gato blanco y negro, quien también había sido vencido. El no era muy fuerte, pero era inteligente. Tenía satori, había terminado con las técnicas y utilizaba todo su tiempo practicando zazen. Pero no era mushotoku (eso es, sin metas ni deseos de victoria), y él también se vio forzado a correr para sobrevivir.

El gato negro le dijo, "Eres extremadamente inteligente y fuerte también. Pero no pudiste vencer a la rata pues tenías un objetivo, de tal manera la intuición de la rata fue más efectiva que la tuya. En el instante que entraste a la habitación entendió tu actitud y estado mental y fue por eso que no pudiste vencerla. Te fue imposible armonizar tu fuerza, tu técnica y tu conciencia activa; se quedaron separadas en vez de unirse en una. Mientras que yo, en un instante único, usé todas esas tres facultades inconscientemente, natural y automáticamente, y de esa manera me fue posible matar a la rata.

Pero conozco un gato, en un pueblo no muy lejos de aquí, que es más fuerte aún que yo. El es muy, muy viejo y sus bigotes son grises. Lo conocí una vez, y ciertamente no hay nada que indique que es fuerte! Duerme todo el día. Nunca come carne ni siquiera pescado, sólo genmai (sopa de arroz), aunque a veces toma unas gotas de sake. Nunca ha atrapado una sola rata pues le tienen un miedo mortal y se apartan de él como hojas al viento. Se mantienen tan alejadas que nunca tiene la oportunidad de atrapar ni siquiera una. Un día entró en una casa completamente infestada de ratas; bueno, todas las ratas desaparecieron en ese mismo instante y se fueron a vivir en otras casas. Las podía espantar en sus sueños. Ese gato barbagris es misterioso e impresionante. Deben ser como él: más allá de las posturas, más allá de la respiración, más allá de la conciencia."

Zen es zazen

me lo han dicho tantas veces que ya no sé si lo creo porque es mi experiencia o por pura saturación acústica.

Pero me pregunto por qué razón, entonces, se estudian los sutras en los templos además del zazen y del samu. Me pregunto por qué se organizan debates del Dharma en la Gendronnière. Por qué los monjes que acuden al ango se conmueven cuando l@s monj@s japones@s les descubren los significados y el simbolismo de los ritos y los gestos. Por qué afirman que su conciencia se abre y se ponen alegres y se ríen (que, por cierto, es a todo lo que aspiro: a reírme sin parar. A dormir a pierna suelta. A comer con buen apetito. A beber agua cuando tengo sed...) Tengo bien claro que el día que me "entre" la iluminación, y va a ser en esta vida, que no me da la gana de esperar a otra, todo lo que voy a obtener es risa.

A lo mejor podríamos hacer algo parecido. A lo mejor podríamos pretender que nuestro zazen, que algunas veces nos cuesta tanto, fuera algo más que una relajación o un subidón de energía.

¿Una jornada gastronómica? ¿Un día de silencio? ¿Uno de hablar y hablar?...

Es un eterno debate el del maestro

"... tan sólo una larga cadena de discípulo a discípulo"
La cuestión es si un maestro es, o debe ser, un ejemplo de vida o si es alguien que, queriendo o sin querer, abre ojos, proporciona llaves de puertas, empuja y espolea más allá de lo que creemos ser capaces; aunque no sea el mejor ejemplo y él o ella mismos sean un completo desastre en casi todo. Igual por eso alguien dijo en una entrada reciente: "Haz lo que yo diga, no lo que yo haga".

Muchas veces, muchas, alguien me recomienda algo o escucho una gran idea o dice una verdad de perogrullo que yo ni había olido. Esos alguienes, igual que yo, no siempre actúan como dicen que hay que hacerlo, pero eso no le resta ni un ápice de precioso valor a lo que han dicho. Y en ese momento son mis maestros auténticos.

Es verdad: son mejores nuestras intenciones que nuestros actos. Habrá que hacerlos coincidir todo lo que podamos y después sacudirnos las manos y desentendernos de las consecuencias.

Somos humanos y eso explica que no nos comportemos como dioses perfectos en todo momento con todo el mundo. Pobres dioses, ¡qué cruz les ha caído!

Una vez leí que muy pocos soportarían a su lado a una persona realmente "buena". Quienes son buenos para nosotros porque nos obligan a actuar como lo que realmente somos, suelen resultarnos crueles. Es la fama que tienen los maestros zen. Claro que, bien mirado, quienes andamos por aquí les hemos dado permiso para que nos lleven "más allá de más allá hasta cruzar a la otra orilla". Lo que pasa -a mí al menos me pasa-, es que hay veces que dan ganas de quedarse en la de acá. No siempre.

La Gran Compasión. El abad y los ciervos.

Una vez un se armó un pequeño escándalo en un monasterio Zen cuando uno de los monjes encontró a su maestro, el abad, tirando piedras a unos ciervos que se habían acercado al recinto. El monje se sintió demasiado avergonzado para decir nada a su maestro de modo que se retiró en silencio.

Más adelante, le incomodaba tanto lo que había visto que no pudo evitar mencionarlo a sus compañeros, quienes se mostraron escandalizados por el comportamiento del abad. ¿Acaso no es la esencia del budismo el tener una actitud de amabilidad amorosa hacia todos los seres vivos? ¿Cómo podía un maestro zen actuar así y seguir siendo considerado maestro zen?

Al final, después de varios días, uno de ellos se armó de suficiente valor para pedirle explicaciones al maestro.

El maestro le replicó: “He visto a esos ciervos por aquí varias veces recientemente y me preocupaba la posibilidad de que adquiriesen esta costumbre porque los cazadores los encontrarían y los matarían con toda seguridad. Así que les eché unas piedras para ahuyentarlos”.

Y tantas veces justo quien nos tira piedras que nos duelen, y de las que nos lamentamos, es quien nos salva de una muerte segura y dolorosa y estúpida...