Salvando estrellas (por un budismo comprometido)



 
Una mañana, después de una tormenta, un hombre paseaba por la playa.

La tormenta había arrastrado a cientos de estrellas de mar a la costa, que ahora estaban varadas, sin posibilidad de volver.

Allí vio un niño agachándose a recoger las estrellas y lanzándolas con fuerza hacia el mar.

El hombre se acercó y le dijo:

“Es inútil que te esfuerzes; la marea está bajando y pronto todas morirán bajo el sol; hay cientos, quizás miles de estrellas tiradas en la playa ¿qué diferencia supondrá que salves unas cuantas?”

Y el niño cogió una del suelo y antes de lanzarla al mar respondió:

“Para éstaque existe una diferencia”.

Belleza Zen capturada por Muiso (el resto es cosa tuya, Muiso ;)). Pon y quita y quita y pon)

Un monje

Deshimaru

40 años de budismo Zen en Europa


Sampai

Más Princesas (sólo para nosotras)

 

Deletrea de Eritrea
[Palabras dulces, palabras locas, palabritas, palabrotas, palabras cálidas, palabras graciosas, palabras blandas, palabrejas...]

En cuanto se termina una comida o se acaba un baile, la princesa Deletrea de Eritrea se larga la primera y sube la escalera de los mil escalones que lleva a los salones de la gran biblioteca.

Lee todo lo que encuentra: novela, poesía, cuento, filosofía y hasta las revistas de cotilleo.

Está escribiendo la historia de su vida, su biografía (por el momento, tres volúmenes de quinientas cincuenta y siete páginas).

Anda en busca de unas gafas con las que sus ojos no se fatiguen.
Sueña con días divididos en capítulos, a los que ella podría poner título
Se expresa con rimas, siempre habla en verso y se sabe el diccionario de memoria.

Entrevista a un tuareg.

TU TIENES EL RELOJ, YO TENGO EL TIEMPO
(Entrevista realizada por VÍCTOR-M. AMELA a: MOUSSA AG ASSARID)


No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin papeles...! Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo
- ¡Qué turbante tan hermoso...!
- Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.
- Es de un azul bellísimo...
- A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados...



- ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?
- Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.
- ¿Por qué?
- Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.
- ¿Quiénes son los tuareg?
- Tuareg significa "abandonados", porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.
- ¿Cuántos son?
- Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!", denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.
- ¿A qué se dedican?
- Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio...
- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?
- Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
- Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba... Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre... Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
- ¿Sí? No parece muy estimulante. ..
- Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas... Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.
- Saber eso es valioso, sin duda...
- Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!
- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?
- Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!
- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?
- Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro...
- Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja...
- Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté... Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar.
- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
- ¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso...
- ¿Tanto como eso?
- Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.
- ¿Qué pasó con su familia?
- Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa... Entendí: mi madre estaba ayudándome...
- ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
- De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo...
- Y lo logró.
- Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.
- ¡Un tuareg en la universidad. ..!
- Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.
- Sí... ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
- Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
- Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...
- Fascinante, desde luego...
- Es un momento mágico... Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor...
- Qué paz...
- Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.

Más Princesas (sólo para nosotras)



Esta es Dorremí. Y también Fasolá (Y alguna hay en el dojo. En realidad, más de una)

Fasolá
Primer violonchelo de la orquesta de la corte, dirigida por su marido, el maestro Tempo Moderato.
Toca solos, pizzicato. Agitato cuando se enfada.
Y para su marido: a veces afettuoso, con frecuencia amoroso.

Dorremí
Posee una voz cristalina, sus admiradores pretenden incluso que es de naturaleza divina.
No habla, canta; no discute, vocaliza.
Arias de Wagner cuando se enfada, romanzas cuando está triste.
Cuando ríe, se suelen quebrar las copas,
y cuando llora, resulta tan hermoso que todo el mundo aplaude.
Se pasa la vida en la ópera y en los conciertos. Y en sus tardes de descanso, canta para sus invitados u organiza veladas privadas.
Muy elegante y muy bien educada. Respeta las reglas de cortesía y jamás da la nota.
Es hermana de la célebre violonchelista, la princesa Fasolá.

No te salves

 
 
(Mario Benedetti, maestro)
sobre todo para Grumete que le adora y porque los hijos de la Belleza más hermosos somos cuantos más años vivimos

No te quedes inmóvil al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca.


No te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer lo párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo.


 Pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el jubilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas


entonces...

no te quedes conmigo.

Princesas (sólo para nosotras)


¿Quién conoce a la princesa Sapina?
¿Quién ha visto a la princesa Mirameh?
¿Quién se ha cruzado alguna vez en la negra oscuridad con la princesa de la Noche?
¿Ha charlado alguien con la princesa Deletrea de Eritrea?
O contemplado cómo danzan alrededor del fuego las princesas Roma Romaní o Zazá de Zulú Zazú?
Cuarto de Luna, Dorremí o Efímera de la China... son muchas las princesas que viven escondidas en el fondo de un palacio o en lo alto de una torre.

Están tan bien ocultas, que algunas incluso han olvidado quiénes son.

Y, sin embargo, merecen volver a ser descubiertas. Aquí está reunido algo de lo que se sabe de estas princesas desconocidas, anónimas o desaparecidas. Secretos de palacio, rumores de pasillo, confidencias de gabinete, bosques encantados, enredos de tapadillo, animales de compañía... queda aquí explicado, expuesto, entremezclado. Sólo hay que buscar, investigar y revlver para descubrir el mundo de las princesas olvidadas.

Y ¿quién sabe? Puede ser que alguien se reconozca en una de ellas o en dos.

Esta es Blandina


De la familia de los reyes holgazanes. La inactividad es su norma y tiene la pereza como lema.
Su escudo indica, con un almohadón como fondo: Dormire bonus est.
Esta familia luce, en lugar de corona, un gorro de dormir.
En vez de trajes de gala, camisones.
Su política, la inercia; su filosofía, el aburrimiento.
La princesa Blandina tiene como norma absoluta no hacer nada que pueda costarle el menor esfuerzo. Se acuesta pronto, se levanta tarde y jamás perdona una siesta. Entre estos momentos de reposo y, a fin de relajarse, descansa cómodamente sobre inmensos almohadones de blandura legendaria.

DE LA MISMA FAMILIA,
La Bella Durmiente: con el pretexto de un pinchazo de nada, durmió durante cien años, arrastrando a toda su corte a dormir como ella.

Y TAMBIÉN
La princesa Mepesalcú, nunca levantada, siempre acostada,
Y la princesa Pluma, siempre en la luna

Hay más Princesas, continuaré contándolas una a una. Por ejemplo la mía: Deletrea de Eritrea.
Todas están en un libro para niños, más que delicioso y sin desperdicio, que compré en Oletum hace algún tiempo y que se titula así: "Princesas" de Philippe Lechermeier y Rébecca Dautremer (la ilustradora). Es un poco caro, a lo mejor también porque es grande, pero merece la pena. Mucho.

kaliyana mitra

        
"La verdadera amistad o el amor no se fabrican ni conquistan. La amistad siempre es un acto de reconocimiento. Cuando encuentras a la persona que amas, un acto de reconocimiento antiguo os reúne. Es como si millones de años antes de que la naturaleza rompiera su silencio, su arcilla y la tuya yacieran juntas. Luego, en el ciclo de las estaciones, esa arcilla única se dividió y separó. Cada uno se alzó como formas individuales de arcilla que alojaban su individualidad y destino. Sin saberlo, vuestras memorias secretas lloraban la ausencia mutua. Mientras vuestros seres de arcilla deambulaban durante miles de años por el universo, el anhelo del otro nunca decayó."

Esta metáfora permite explicar cómo se reconocen súbitamente dos almas en el momento de la amistad. Puede ser un encuentro en la calle, en una fiesta, en una conferencia, una presentación banal, y en ese momento se produce el rayo del reconocimiento que enciende las brasas de la afinidad. Se produce un despertar, una sensación de conocimiento antiguo. Entrmos. Habemos regresado a casa por fin.

En la tradición clásica esto encuentra una expresión maravillosa en el Simposio, mágico diálogo de Platón sobre la naturaleza del amor. Platón vuelve al mito de que en el principio los humanos no eran individuos singulares. Cada persona era dos seres en uno. Luego se separaron; por consiguiente, uno pasa la vida buscando su otra mitad. Al encontrarse, se descubren por medio de este acto de reconocimiento. En la amistad se cierra un círculo antiguo. Lo que hay de antiguo entre ambos nos cuidará, abrigará y unirá. Cuando dos personas se aman, pasan de la soledad del exilio a la casa única de su comunión.


El círculo de comunión
Para reflejar esto se necesita una palabra más vibrante que la tan trillada «relación». Las frases como «se cierra un círculo antiguo» y «un anhelo antiguo despierta y toma conciencia de sí» ayudan a revelar el significado profundo y el misterio del encuentro. Expresan en el lenguaje sagrado del alma, la unicidad y la intimidad del amor. Cuando dos personas se aman, se genera una tercera fuerza entre ellas. Una amistad interrumpida no siempre se restaura con horas interminables de análisis y consejos. Es necesario modificar el ritmo de los encuentros y reanudar el contacto con la antigua comunión que los reunió. Esta antigua afinidad nos mantendrá unidos si invocamos su poder y su presencia. Dos personas realmente despiertas habitan un círculo de comunión. Han despertado una fuerza más antigua que los envolverá y abrigará.


La amistad exige que se la alimente. Solemos dedicar nuestra atención principalmente a hechos de la vida tales como nuestra situación, trabajo y categoría social. Volcamos nuestras mejores energías en eso. El Maestro Eckhart escribió bellas palabras sobre esta tentación. Según él, muchas personas se preguntan dónde deberían estar y qué deberían hacer, cuando en realidad deberían preocuparse por cómo ser.

El amor es el lugar de mayor ternura en nuestra vida. En una cultura preocupada por las rigideces y definiciones nítidas, y a la que por lo tanto le exaspera el misterio, es difícil sustraerse a la contundencia de la luz falsa para entrar en el tenue resplandor del mundo del alma. Acaso la luz del alma es como la de Rembrandt, esa luz rojiza, dorada, que caracteriza su obra. Esta luz crea una sensación de volumen y sustancia en las figuras sobre las cuales derrama su suave resplandor.


El kaliyana mitra
La tradición budista concibe la amistad según la bella idea del kaliyana mitra, el «amigo noble». Nuestro kaliyana mitra, lejos de admitir nuestras pretensiones, nos obligará, con dulzura y mucha firmeza, a afrontar nuestra ceguera. Nadie puede ver su vida íntegramente. Así como la retina del ojo tiene un punto ciego, el alma tiene un lado ciego que no podemos ver. Por eso dependemos del ser amado, que ve lo que nosotros no puedes ver. El kaliyana mitra es el complemento benigno e indispensable de tu visión. Semejante amistad es creativa y crítica; está dispuesta a recorrer territorios escabrosos y accidentados de contradicción y sufrimiento.


Uno de los anhelos más profundos del alma humana es el de ser visto. En el antiguo mito, Narciso ve su cara reflejada en el agua y queda obsesionado por ella. Desgraciadamente, no hay espejo en el que podamos ver el reflejo de tu alma. Ni siquiera podemos vernos de cuerpo entero. Si miro detrás de mi, pierdo de vista el frente. Mi yo jamás me verá íntegramente. Aquel que amo, mi anam cara, mi "alma gemela", es el espejo más fiel de mi alma. La intregridad y la claridad de la amistad verdadera dibuja el contorno real de mi espíritu. Es hermoso contar con semejante presencia en mi vida.


Esa comunión está a nuestro alcance porque el alma contiene el eco de una intimidad primordial. Cuando los alemanes hablan de cosas primordiales, emplean el término ursprungliche Dinge: «cosas originales». Hay una Ur-Intimitat in der Seele, es decir: «una intimidad primordial en el alma»; el eco de las almas que desde el inicio son no-dos.

Sin embargo... no podemos amar a otro si no estamos empeñados al mismo tiempo en la obra espiritual, hermosa pero difícil, de amarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros tiene en su propia alma la fuente del amor. En otras palabras, no necesitamos buscar fuera el significado del amor. Esto no es egoísmo ni narcisismo, no son obsesiones negativas sobre la necesidad de ser amado, por el contrario, es el manantial del amor en el corazón.


Por su necesidad de amor, las personas que llevan una vida solitaria suelen tropezar con este gran manantial interior. Aprenden a despertar con sus murmullos la profunda fuente interior de amor. No se trata de obligarse a uno mismo a amarse, sino de ser reservado, de incitar a ese manantial de amor que constituye tu naturaleza más profunda, a surcar nuestra vida. Cuando esto sucede, la tierra endurecida del interior vuelve a ablandarse. La falta de amor lo endurece todo. No hay mayor soledad en el mundo que la del que se ha vuelto duro o frío. El resentimiento y la frialdad son la derrota final.

Zazen es, también, volverse íntimo con uno mismo y justo por eso, justo en ese momento, volver a la intimidad con todo... de la que nunca estuvimos apartados.
 

El traje nuevo del emperador

 
Hans Christian Andersen



Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”. 

La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.

¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.

Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.

"Me gustaría saber si avanzan con la tela"-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.

«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».


El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.

Los dos fuleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.
- Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.

Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.

Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.

Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.

Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.

El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!

Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?

Quitóse el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.

Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
   
Y uno aprende...


Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma.


Y uno aprende
que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad.

Y uno empieza a aprender...

Que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas.

Y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos.

Y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes...
Y los futuros tienen una forma de caerse a la mitad...!

Y después de un tiempo
uno aprende que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.

Así es que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.

Y uno aprende que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale,
uno aprende y aprende... y con él, también, aprenden quienes están en su camino.

Zen, el arte de soltar





Tenemos un millón ( o más!) de formas para generar infelicidad y desencanto. Todas tienen en común una cosas: el aferramiento, el apego como con Loctite.

¿Te has aferrado alguna vez a un punto de vista tonto? ¿A una emoción, pese a que no pudieras hacer nada por satisfacerla, enderezarla o cambiar la situación que parecía provocarla? ¿Te has agarrado a la tensión o la ansiedad una vez pasado ya el hecho inicial?.

Si me paro y observo, encuentro que para poder respirar, contraigo los pulmones y así el aire usado sale. Luego permito (sin querer y porque sí, porque la cosa va así) la expansión para llenarlos de nuevo. No puedo quedarme en el inspirar y quedarme ahí pegada; para completar el proceso de respirar también tengo que espirar, soltar.

Un truco para empezar

Durante la práctica de zazen aparecen muchas cosas: imágenes, pensamientos, sentimientos, ideas para mañana, repaso del día... la mente se mueve sin cesar. Y los maestros dicen que dejemos pasar todo eso. Lo malo es que casi nunca sabe uno cómo se hace. Como los niños de primaria cuando aprenden a escribir, a lo mejor necesitamos una plantilla. Esta es una de ellas.

Paso 1.- Cuando surja lo que sea ni lo sigas ni lo bloquees ni nada de nada. Sabes que acaba de emerger y que está ahí. Es el momento de hacerte una de las siguientes preguntas:

- ¿Podría soltar este sentimiento?
- ¿Podría permitir que este sentimiento esté aquí?
- ¿Podría aceptar este sentimiento?

Estas preguntas no te plantean otra cosa más que si es posible emprender esa acción. “Sí” y “no” son, ambas, respuestas aceptables. Muchas veces aunque la respuesta sea “no”, de todos modos soltarás, sin querer. Lo importante es que respondas con un mínimo de reflexión, sin entrar en debate interno sobre las ventajas o los inconvenientes; sobre lo correcto o lo incorrecto. Tan solo hay que responder una cosa u otra.

Paso 2.- Cualquiera que sea la pregunta con la que comenzaste, hazte ahora esta sencilla pregunta: ¿Lo haría?, en otras palabras: ¿estoy dispuesto a soltar?.

Una vez más, aléjate todo lo que puedas del debate. No importa si “tienes razón” o no... solamente importa que haya una respuesta. Y siempre la hay. Siempre hay una sensación de que sí o de que no o de que no estás seguro. En estos dos últimos casos, pregúntate: ¿Prefiero tener este sentimiento o quiero ser libre? Aunque la respuesta siga siendo “no”, vamos al paso 3.

Paso 3.- Pregúntate: ¿Cuándo?

Es una invitación a soltar lo que te traes entre manos AHORA. Puede que te resulte fácil y sientas que lo abandonas o puede que no del todo; o puede que notes que continúas ahí agarrado.... de cualquier forma se ha iniciado un movimiento que continuará su camino por sí mismo. Puedes continuar empujándolo si quieres. Al fin y al cabo tienes todo el tiempo que dura el zazen para hacer estos experimentos. Repite el proceso tantas veces como te parezca y apetezca. Hasta soltarte del todo o hasta que te resulte suficiente.

Concentrar la atención



Siéntate cómodamente y...
no muevas ninguna parte de tu cuerpo,
no modifiques en nada la posición en la que te encuentras ahora.
Observa tu postura, la expresión de tu cara, la posición de tus dedos uno a uno.


Observa cualquier tensión que puedas sentir en la mandíbula,
en las cejas,
en el estómago
y en las piernas.


¿Tienes los hombros alzados?
¿Tienes los dedos de los pies contraídos?
¿Tu cuerpo está inclinado en alguna dirección?
Si relajases tus músculos por completo ¿hacia dónde crees que caerías?
Hazte una idea clara de tu cuerpo y de tu mente.
Relaja cualquier tensión que descubras.
Respira dos veces, lenta y profundamente y, luego... continúa.
Fíjate: no es pensar, es atender; tan sólo atender.


El juego de la atención
"Una mente en calma lo cura todo." Robert Burton, filósofo del siglo XVII


Imagina que tienes a tu disposición un total de cien voltios de atención. Cada vez que aplicas tu mente a algo, le dedicas una parte de esa energía mental. Sin embargo, cuando te distraes o te preocupas, la malgastas en parte.


Supongamos que estás sentado ante tu mesa trabajando en un proyecto. Vamos a suponer también que has adoptado una postura un tanto incómoda y que algunos de tus músculos están en tensión. Cuando ésto sucede parte de tu atención se aparta hacia la tensión incluso aunque no lo notes. Ahí ya has perdido unos veinticinco voltios de atención. ¡Una cuarta parte de tus efectivos!


Imagina ahora que, mientras continúas trabajando, empiezas a sentirte un poco aburrido y a considerar tu trabajo como una tarea penosa, lo cual plantea un ligero conflicto porque una arte de ti quiere trabajar mientras que la otra está deseando salir corriendo. Aquí has perdido otros veinticinco voltios más.


A continuación imagina que tus pensamientos comienzan a apartarse imperceptiblemente del proyecto. Tu mente vagabundea ocupándose de las próximas vacaciones, la hipoteca, la torre de plancha que te espera tercamente en casa... el proyecto que tenías ante ti va desvaneciéndose lentamente pasando a un segundo plano: otros veinticnco voltios menos!


Y supongamos que desde lejos te llega el sonido de una conversación. Aguzas el oído, puede que estén hablando de ti... se agotó toda la atención que tenías para el trabajo o el proyecto. No queda nada.


Casi siempre parece que tenemos en la cabeza varias fuentes de actividad aisladas. Una parte piensa en el futuro. Otra se dedica a recordar el pasado. Una tercera dialoga con una cuarta... así que nuestro pensamiento está sobrecargado con una verdadera avalancha de palabras e imágenes. Como pelotas de ping-pong, nuestros pensamientos botan y rebotan rápidamente en direcciones imprevisibles para nosotros. Al final no tenemos ni un solo voltio de atención disponible para lo que nosotros los queríamos.


Un buena idea
Para trabajar con el máximo de eficacia y diversión, la relajación mental previa a cualquier tarea es una gran idea.......... las instrucciones del principio y estas otras:


Relajar la mente no significa dejar de pensar. Intentar deterner los pensamientos por completo es tan arduo como intentar detener la respiración y además no es nada útil. Relajar la mente equivale a renunciar al impulso de seguir cada pensamiento que te pasa por la cabeza. Deja que crucen libremente, uno por uno, hasta que se desvanezcan, no los sigas con la mirada interior, no hables con ellos, no les contradigas, no les invites a quedarse. Aunque la verdad es que los pensamienos tienen un poder casi magnético podemos hacer algunas cosas:


Contar es un buen sistema. A cada respiración ponle un número. Cuenta lentamente de uno a diez y vete bajando de nuevo hasta el uno. Entre cada número permite que los pensamientos fluyan con libertad pero devuelve la atención al número. Funciona porque, lo mismo que el ritmo de la resaca, el ritmo de tus palabras tiene el poder de calmar y relajar, de mantenerte a flote sobre las mareas y las corrientes mentales.


Un cielo azul es un bonito truco. Visualiza tu mente como un amplio y despejado cielo azul cruzado por pájaros de mil colores y tamaños que se acercan desde lejos: los pensamientos.


Fíjate de qué dirección aparecen. Puede que sea desde la izquierda de tu pantalla mental, desde el lugar donde el sol se pone. Puede que vengan desde el Este. Algunos parece que te asaltan por la espalda... Unos son rápidos, otros lentos y pesados; unos se refieren al futuro, otros son recuerdos del pasado; algunos tienen colores siniestros y en cambio otros son de brillantes colores...y finalmente se dirigen y desaparecen por algunos de todos los horizontes de tu cielo. Desaparecen. Y tú no te has quedado "pegado" a ninguno de ellos. Tan solo los viste pasar.
  

Donde los espíritus se saludan

  
Porque tantas veces necesitamos cosas o queremos ofrecerlas.
O reflexionamos y queremos hacerlo en alto.
O porque nos sentimos extranjeros en tierra extraña de vez en cuando.
O queremos reírnos con los nuestros o de los nuestros.
O porque vimos una película o nos conmovió un libro.
O nos contaron un juego divertido o encontramos por ahí una página interesante y repleta de ideas...
O porque tenemos un proyecto que no podemos hacer solos.
O por un momento de duda, de miedo, de aburrimiento, de soledad...
O porque ¿qué demonios quiere decir mushotoku, shikantaza, kesa...? y alguien lo sabe y lo sabe decir y quiere responder.

En definitiva: para compartir nuestras cosas, nuestras noticias y descubrimientos y, sobre todo, sentirnos arropados cuando arrecia el frío.

No es que sea sólo para la gente del dojo, pero casi. Para cualquiera que haya pasado por él; para los que llegarán en el futuro y para quienes lo mantienen en el presente. Que sea nuestro espacio íntimo y privado. Ese lugar al que vas sabiendo que, aunque llegues solo, encontrarás amigos y saldrás alegre. Amigos con quienes no hace falta fingir ser mejor y tampoco peor. Ojalá aquí podamos pedir lo que necesitamos y regalar lo que tenemos. Ojalá que pueda ser como una cálida taberna en noche de tormenta, donde la risa vuele de corazón en corazón y la música mueva los pies.

Todo eso y todo lo demás y más.