Nasrudín


¿Sabéis de qué voy a hablar?


Esta historia comienza cuando Nasrudin llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.

Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudin, que en verdad no sabia qué decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.

Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:

-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán qué es lo que tengo para decirles.

La gente dijo:

-No, no... ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!

Nasrudin contestó:

-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber que es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.

Dicho esto, se levantó y se fue.

La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudin se alejaba, dijo en voz alta:

-¡Qué inteligente!

Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice "¡qué inteligente!", para no sentirse un idiota uno repite: "¡si, claro, qué inteligente!". Y entonces, todos empezaron a repetir:

-Qué inteligente.
-Qué inteligente.

Hasta que uno añadió:

-Si, qué inteligente, pero... qué breve.

Y otro agregó:

-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.

Entonces fueron a ver a Nasrudin. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.

Nasrudin dijo:

-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.

La gente dijo:

-¡Qué humilde!

Y cuanto más Nasrudin insistía en que no tenia nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudin accedió a dar una segunda conferencia.

Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudin se paró frente al público e insistió con su técnica:

-Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles.

La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron:

-Si, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.

Nasrudin bajó la cabeza y entonces añadió:

-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.

Se levantó y se volvió a ir.

La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:

-¡Brillante!

Y cuando todos oyeron que alguien había dicho "¡brillante!", el resto comenzó a decir:

-¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!

-Qué maravilloso
-Qué espectacular
-Qué sensacional, qué bárbaro

Hasta que alguien dijo:

-Si, pero... mucha brevedad.
-Es cierto- se quejó otro
-Capacidad de síntesis- justificó un tercero.

Y en seguida se oyó:

-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos dé más de su sabiduría!

Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudin para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudin dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenia conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenia que regresar a su ciudad de origen.

La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudin aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia.

Por tercera vez se paró frente al publico, que ya eran multitudes, y les dijo:

-Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar.

Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo:

-Algunos si y otros no.

En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudin con la mirada.

Entonces el maestro respondió:

-En ese caso, que los que saben... se lo cuenten a los que no saben.

Se levantó y se fue.

Thoreau, el padre de la desobediencia civil



"Si un hombre se pasea por el bosque por placer todos los días, corre el riesgo de que le tomen por un haragán. Pero si se dedica todo el día a cortar el bosque dejando la tierra árida, se le estima por ser un ciudadano trabajador y emprendedor".

Henry David Thoreau decidió en 1845, a la edad 28 años y después de terminar sus estudios en la Universidad de Harvard, instalarse en una cabaña construida por él mismo en medio de un bosque próximo a la pequeña localidad de Concord, Massachusetts.


Utilizó para levantar su pequeña vivienda de 2x3 metros junto al lago Walden los troncos que él mismo taló, instalándose allí durante los siguientes dos años de su vida, cultivando su propio huerto y dedicando la mayor parte de su tiempo a pasear y observar la naturaleza. Realizó trabajos de carpintería, jardinero, pintor de brocha gorda entre otros, pero siempre bajo su filosofía de vida de no dedicar a ello más que lo imprescindible para procurarse lo mínimo necesario.

Esta experiencia inspiraría su obra más conocida, Walden o la vida en los bosques. En ella, junto a una crítica feroz al modelo de vida en el que el hombre vive esclavizado procurándose cosas que en su gran mayoría son prescindibles, narra en un tono cargado de poesía sus solitarios paseos por apartados bosques, montañas, llanuras, lagos y ríos, sumergiéndose en un estado de contemplación que lo llevará a una visión mística de la belleza y misterios de la naturaleza. En el siguiente texto perteneciente a un corto capítulo de Ejercicios espirituales y filosofía antigua, su autor Pierre Hadot hace una lectura de la obra y vida de Thoreau en la que descubre muchos puntos en común con la filosofía de estoicos y epicúreos de la Antigüedad Occidental. Verá en él también a alguien que practicó de forma activa y consecuente su ideal filosófico, a diferencia del modelo actual de profesor de filosofía que transmite sus enseñanzas desde la teoría.

"En la actualidad hay profesores de filosofía, pero no filósofos..."
Pierre Hadot

Resulta destacable que las primeras páginas de Walden estén dedicadas a la crítica de la vida cotidiana. Thoreau la describe irónicamente como una penitencia peor que la ascesis de los brahmanes, peor que los doce trabajos de Hércules. Los hombres llevan vidas insensatas. Sus existencias transcurren entre la ignorancia y el error, absorbidos por preocupaciones ficticias y tareas inútilmente pesadas. Son como máquinas, herramientas de sus propias herramientas. Su existencia está caracterizada por la angustia o por la resignación.

La causa del sufrimiento de los hombres, a juicio de Thoreau, es su ignorancia sobre lo que resulta necesario y suficiente para vivir, es decir, sencillamente lo que se requiere para mantener el calor vital. "La necesidad primordial de nuestros cuerpos es mantenerse calientes, conservando en nuestro interior el calor vital". De hecho, tal como demostraría más tarde, el hombre necesita pocas cosas para conseguirlo, y desde luego ningún lujo. "La mayor parte de lujos y una gran parte de eso que se ha dado en llamar confort vital no son sólo cosas nada indispensables, sino también verdaderos obstáculos para el progreso de la humanidad". Para convencerse de ello basta con recordar la forma de vida de los filósofos chinos, indios, persas y griegos, pobres en lo que se refiere a riqueza exterior pero sobrados de riqueza interior. Se trata de ejemplos hoy día muy alejados de nosotros, pues, continúa Thoreau, "en la actualidad hay profesores de filosofía, pero no filósofos". Y es que según él, "ser filósofo no supone sólo pensar de manera sutil, sino amar lo bastante la sabiduría como para llevar una vida sencilla e independiente, en la generosidad y en la confianza". "Filosofar consiste en resolver algunos de los problemas que nos plantea la vida, pero no sólo de manera teórica, sino de manera práctica".

Thoreau aprovecha la ocasión para atacar a los profesores de filosofía, esos importantes eruditos y pensadores cuyo éxito no es más que "algo propio de cortesanos, que nada tiene que ver con la realeza ni con la virilidad", puesto que al contentarse con permanecer en la esfera del discurso teórico animan a los hombres a seguir viviendo de modo absurdo. La vida de tales filósofos está marcada por el puro conformismo, dejando que la humanidad continúe degenerando por culpa del lujo. Por su parte Thoreau se presenta implícitamente como verdadero filósofo, "aquel que no se alimenta, ni se abriga, ni se viste ni calienta como sus contemporáneos". Y termina su exposición ciertamente con un punto de ironía, definiendo al filósofo de una manera que puede dejarnos atónitos: "¿Cómo se puede ser filósofo si uno no conserva su calor vital por medios distintos al del resto de los hombres?". Y para mantener su calor vital no tiene necesidad de realizar grandes esfuerzos. Para satisfacer sus necesidades, Thoreau ha calculado que sólo debe trabajar seis semanas al año: "Ganarse la vida no supone ningún castigo, sino un pasatiempo siempre que vivamos de manera sencilla y sabia".

Thoreau se va a vivir al bosque no sólo, como resulta evidente, con el fin de conservar su calor vital del modo más económico posible, sino en busca de "una vida sin odio, dedicada exclusivamente a las cosas esenciales de la existencia, aprendiendo cuanto ésta tiene que enseñarme a fin de que, llegado el momento de morir, descubra que realmente he vivido. Desearía vivir del modo más profundo, extrayendo de ella todo el jugo posible". Y entre los actos esenciales de la vida se encuentra el placer de percibir el mundo mediante todos los sentidos. A esto dedica la mayor parte de su tiempo Thoreau en el bosque. Uno no se cansa de releer el sensual comienzo del capítulo llamado "Soledad": "Una noche deliciosa en la que el cuerpo en su totalidad se transforma en una especie de nuevo sentido, percibiendo las sensaciones por todos sus poros. Circulo con extraña libertad entre la naturaleza, convertido en parte de ella. Mientras paseo a lo largo de la orilla pedregosa del lago, en mangas de camisa a pesar del frescor, el cielo nuboso y el viento (...), todos los elementos me resultan sorprendentemente cercanos. La simpatía con las agitadas hojas de los alisos y de los álamos casi me hace perder la respiración; no obstante, al igual que le sucede al lago , mi serenidad se eriza sin turbarse". En este capítulo, "Soledad", Thoreau quiere demostrar que, incluso en soledad, nunca está solo porque tiene conciencia de estar en comunión con la naturaleza: "Circulo con una extraña libertad entre la naturaleza, convertido en parte de ella". "Cualquier objeto de la naturaleza puede proporcionarnos la compañía más agradable, tierna y estimulante". De este modo, nota en el simple sonido de unas gotas de lluvia "una benevolencia tan inabarcable como inconcebible". Todas y cada una de las pequeñas hojas del pino le tratan como amigo, sintiéndose en familia incluso cuando la naturaleza le muestra las escenas más desoladoras y terroríficas. "Por qué habría de sentirme solo? ¿Acaso nuestro planeta no está en la Vía Láctea?" De esta forma su consciencia del mundo se extiende hasta alcanzar una suerte de consciencia cósmica.

Todo cuanto he dicho hasta el momento demuestra destacadas similitudes con la filosofía de Epicuro, pero también con algunos aspectos del estoicismo. En primer lugar encontramos en el epicureísmo esa crítica del modo habitual de vivir de los hombres que hemos visto aparecer en las páginas iniciales de Walden. "El género humano, dice Lucrecio, trabaja sin sacar el menor beneficio de ello, siempre a fondo perdido, y se consume en vanas preocupaciones". Según los epicúreos de los que habla Cicerón, los hombres son desgraciados por culpa de sus inveterados deseos y su ansia de riqueza, gloria y poder. "Algún día, cuando sea demasiado tarde, los hombres se darán cuenta de que es inútil su ansia de dinero, de poder y de gloria (...). Su existencia no es más que una serie ininterrumpida de tormentos". La salvación reside según Epicuro en el discernimiento entre deseos naturales y necesarios, esos deseos relacionados con la conservación de la vida, deseos exclusivamente naturales, como el placer sexual, y aquellos otros que no son ni naturales ni necesarios, como el de la riqueza. La satisfacción de los primeros basta, en principio, para garantizarle al hombre un placer duradero, y por lo tanto la felicidad. Lo que es tanto como decir que para Epicuro la filosofía consiste esencialmente, al igual que para Thoreau, en saber conservar el calor vital de modo más sabio que los demás hombres. Con cierto deseo de provocación, similar al de Thoreau, una sentencia epicúrea declara en efecto: "El grito de la carne: no tener hambre, sed ni frío. Quien goce de este estado y de la posibilidad de gozar bien puede rivalizar en felicidad con el mismo Dios". La felicidad resulta, pues, fácil de alcanzar, tal como sugiere cierta sentencia epicúrea: "Démosle gracias a la benefactora naturaleza, que ha hecho que las cosa necesarias resulten fáciles de alcanzar y que las cosas difíciles de conseguir no resulten necesarias". "Todo cuanto es natural es fácil procurárselo, y todo cuanto es puro vacío trabajoso de conseguir". La actividad filosófica consiste por lo tanto en contentarse simplemente con "no tener hambre ni frío".

Pero todavía en mayor medida que para Thoreau, la filosofía según Epicuro no se reduce simplemente a mantener el calor vital del modo más económico posible. El filósofo epicúreo aspira a liberarse de toda preocupación y deseo inútil para así poder dedicarse, al igual que Thoreau, a los actos esenciales de la vida, al placer de sentir y existir.

Quien no padece hambre, sed ni frío puede rivalizar con el mismo Dios porque, justamente, al igual que Dios, puede gozar sin trabas de su conciencia de existir, pero también del simple placer de percibir la belleza del mundo, placer que es por ejemplo evocado del siguiente modo por Lucrecio: "De esta manera el cuerpo precisa de pocas cosas... Nos basta con estar entre amigos, tumbados en la tierna hierba a orillas de alguna corriente fluvial y a la sombra de un árbol, pudiendo con poco gasto apaciguar agradablemente nuestra hambre, en especial cuando el tiempo nos sonríe y la primavera esparce sus flores entre las verdosas hojas".

La actitud epicúrea hacia las cosas no duda por lo demás en ir bastante más lejos. Pretende la inmersión, incluso, en la infinitud del universo. En sintonía con el mensaje de Epicuro escribe Lucrecio, "los muros del mundo se desvanecen; a través de la inmensidad del vacío puedo ver cómo son creadas las cosas. La tierra no me impide distinguir todo cuanto bajo mis pies surge de las profundidades del vacío. Entonces, ante semejante espectáculo, se apoderan de mí una especie de voluptuosidad divina y un estremecimiento...". Tal presencia del cosmos se encuentra también, como hemos podido ver, en Thoreau, que no olvida que ese sol que hace crecer las judías ilumina al mismo tiempo una constelación de mundos como el nuestro, y que nunca se siente solo puesto que, según él, nuestro planeta está integrado en la Vía Láctea.

Con su traslado a Walden, Thoreau ha tomado la decisión de vivir según lo que podría llamarse una forma de vida epicúrea. Con esto no estoy insinuando que era del todo consciente de disfrutar de una forma de vida epicúrea, sino que estaba recuperando, quizá de la manera más espontanea e inconsciente, quizá influido por determinados textos antiguos y modernos, aquello que Epicuro y sus discípulos habían practicado y enseñado.

 Podría decirse que, del mismo modo que existe una especie de estoicismo universal, existe también una especie de epicureísmo universal, es decir, una actitud permanente, siempre posible, por la cual el hombre, recurriendo a cierta disciplina y reduciendo sus deseos, puede devolver los placeres -mezcla de pena y sufrimiento- al plano del simple y puro goce de existir.

Sin embargo aparecen en Thoreau algunos matices que no tienen demasiado que ver con la actitud epicúrea. Por una parte, Thoreau reivindica la soledad. Pero según el epicureísmo no puede haber auténtico placer si no es compartido con los amigos: sólo junto con sus compañeros epicúreos Lucrecio puede disfrutar de su frugal comida sobre la fresca hierba primaveral. Por otra parte, el epicureísmo no aboga por el sentimiento de comunión y fusión con la naturaleza, sino solamente por la contemplación de la infinitud cósmica y la eternidad de la naturaleza inmutable. Tal sentimiento de comunión, de solidaridad con la naturaleza, recuerda mucho más a la sensibilidad estoica.

El estoicismo, para el que todo está en todo, intenta en efecto tomar consciencia del hecho de que el hombre es una parte dentro del Todo cósmico. Como afirma Séneca, el sabio "se sumerge en la totalidad del mundo": toti se inserens mundo. Otros caracteres estoicos de la obra de Thoreau serían esa gozosa aceptación, profesada a lo largo de las páginas de Walden, de la naturaleza y del universo en sus más variados aspectos, ya sean éstos delicados, terroríficos o repulsivos, y la idea de que cada uno cumple la función cuando son considerados desde la perspectiva de la totalidad: "Esta suave lluvia que rocía mis judías y que me impide pasear hoy no es triste ni melancólica, pues también me es beneficiosa (...); si dura lo suficiente (...) para estropear las patatas en los bajíos, sería no obstante buena para la hierba de las mesetas: y si es buena para la hierba, también es buena para mí". "Estas judías producen ganancias que no debo recoger yo. ¿No son acaso en parte sus frutos para las marmotas?". Por eso una cosecha o una recolección nunca se pierde del todo, pues siempre le aprovechará a algún ser. "El buen cultivador no debe pues inquietarse (...) y terminar cada día su labor, renunciando a cualquier derecho sobre el producto de sus campos y sacrificando en su espíritu no sólo los primeros frutos, sino también el resto". (...)

La experiencia narrada en Walden me parece, pues, en extremo significativa para nosotros, porque al decidir Thoreau vivir en el bosque durante cierto tiempo pretende realizar un acto filosófico, es decir, entregarse a cierta forma de vida filosófica que implica el trabajo manual y al mismo tiempo la pobreza, pero que le propone también una visión del mundo inmensamente ampliada. Se comprende mejor, como hemos visto, el carácter de esta decisión, de esta elección vital, si se compara con la forma de vida filosófica que se impusieran los filósofos antiguos.

Por lo demás, el mismo Walden, es decir, el relato de Thoreau sobre la manera en que ha llevado a cabo esta práctica y este ejercicio filosófico, supone un tipo de discurso filosófico que, por admirable que sea, pertence a un orden muy distinto, a mi juicio, al de la propia filosofía, es decir, a la experiencia realmente vivida por Thoreau.

El verdadero problema no estriba en la escritura, sino en la vida en el bosque, en ser capaz de soportar semejantes experiencias, tan complejas en su aspecto -la vida en el bosque- como en su aspecto contemplativo y, podría decirse, místico -la inmersión en el seno de la naturaleza-. Dicho de otro modo, el acto filosófico trasciende el marco de la obra literaria que le sirve de expresión; y éste no puede expresar por completo todo cuanto Thoreau ha vivido. Hugo von Hofmannsthal afirmaba: "No se puede nunca decir de una cosa todo lo que es".

Creo que se puede descubrir en Thoreau cierta alusión furtiva al carácter
inexpresable de la transformación de la cotidianeidad operada por la filosofía cuando escribe: "Los hechos más sorprendentes y significativos no pueden jamás comunicarse a los demás. El verdadero fruto de mi vida cotidiana es de algún modo tan intangible e indescriptible como los colores de la mañana y del atardecer. Lo que se capta tiene algo de fulgor estelar, de fragmento de arco iris que he podido aferrar al paso".



de Fragmentalia

Estructura y libertad



De vez en cuando, por ejemplo cuando las cosas se me ponen cuesta arriba, me da por fantasear que si me dejaran ser la fray escoba de un templo, sería feliz. Me encanta fregar y barrer, tender y planchar. A la comida le tengo más alergia, así que nada de hacer de tenzo. En el caso de que “me tocara” haría cocido tras cocido hasta aburrir a todo el mundo y conseguir que me dejaran por imposible y me relegaran a lo que de verdad hago bien: limpiar...

... fantaseo y fantaseo hasta que caigo en la cuenta de que pudiera ser que fuera posible hacer de mi casa un templo. O de mi vida una vida con ritmo y sabor templarios. Claro que tendría que poner al orden a los que conviven conmigo. Tampoco debería resultarme muy difícil puesto que uno de ellos es monje pero no es verdad, algo falla. Y pensando, pensando (entretenimiento al que me abandono muchas horas al día) voy perfilando algunas cuestiones.

Lo bueno de un templo es que hay normas bien claritas. Se sabe lo que se puede y lo que no se puede hacer, cuándo, quién y cómo. Lo que se dice una estructura aceptada e incorporada. Esto es curioso en el caso del zen que en apariencia empuja a la ausencia de estructura. O más bien habría que decir que utiliza la estructura como base y trampolín para acceder al mundo de lo totalmente desestructurado, caótico, anárquico... aparentemente. Debe ser que para el asalto a lo más grande se necesita apoyar los pies en la gran tierra y la cabeza en el gran cielo.

Ya he dicho alguna vez que trabajo en una unidad de psiquiatría infanto-juvenil. Llegan desordenados, según yo, a todos los niveles. Es que ni la higiene la llevan ordenada. Y de pronto allí, no les queda otra que acogerse a horarios, normas y tareas. Los primeros días se los pasan de queja en queja, de protesta en protesta y reclamando su libertad (¿) en todas las formas que se les ocurre sin obtener más resultado que la respuesta habitual: “Aquí las cosas se hacen así”. Terminan cediendo, claro. Y hay un momento mágico que suena como un click brillante, en el que se acogen a las normas y empiezan a relajarse, siguen el ritmo, encuentran el ritmo, y la mayor parte de sus penas y pesares se desvanecen por el abandono. Ahí encuentran, aunque ni lo sepan, el espacio infinito. Lo cual no quita para que pregunten, cuestionen, inventen y propongan, se rebelen, den la lata, molesten, y mejoren, el universo entero.

Por muy pequeños que sean no dejo de preguntarme si tal vez a nosotros los grandes adultos con toda nuestra experiencia de vida vivida a medias más que a enteras, no nos hace falta algo de eso: estructura y referencia para desestructurar y desreferenciar. Y vuelta y otra vez a empezar.

Éste es uno de esos gloriosos días en los que, graciosamente, me concedo un derecho vital: decir bobadas

Dojo Zen


(Si pinchas sobre la imagen la ves mejor y es más divertida)

Todos los dojos que he conocido son así: auténtica mente de principiante patoso, juguetón, poco serio... pero eso sí, con la mejor voluntad de hacer bien todo lo que perfectamente hace al revés de como se debe!

y siempre hay alguien por detrás con cara de no me lo puedo creer :(     

Soy yo misma la patosa, la que juega, la que no se lo puede creer :)

Y me gusta.

desde groove.smoozz

para los gordos, para los flacos...


Que sé que es perverso pero doy mi palabra de honor de que hasta en Coca Cola estamos infiltrados :)

Dedicado a un@ que sé que se va a dar por aludid@

Y de todos modos siempre puedes olvidar que es un anuncio, darlo la vuelta y entonces decir que zazen es para...

Para los gordos. Para los flacos.
Para los altos. Para los bajos.
Para los que ríen.
Para los optimistas. Para los pesimistas.
Para los que juegan.
Para la familia.
Para los reyes. Para los magos.
Para los responsables.
Para los comprometidos.
Para los náufragos.
Para los de allá.
Para los que trabajan.
Para los de acá.
Para los románticos.
Para los que te quieren. Para los que no te quieren. Para los que te quieren mucho. Para los que te quieren poco.
Para los bronceados. Para los nudistas.
Para los supersticiosos.
Para los originales.
Para los calculadores. Para los sencillos.
Para los que leen. Para los que escriben.
Para los astronautas.
Para los payasos.
Para los que viven solos. Para los que viven juntos.
Para los que se enrollan. Para los que besan.
Para los primeros. Para los últimos.
Para los hombres. Para los precavidos. Para ella.
Para los músicos.
Para los transparentes.
Para los que disfrutan.
Para los fuertes. Para los que se superan. Para los que participan.
Para los que viven. Para los que suman.
Para los que no se callan.
Para nosotros.
Para todos....



Este anuncio, como muchos otros, me hizo llorar más de una vez, me inspiró muchas buenas cosas y le estoy agradecida. A lo mejor no está bien pero la publicidad me ha espoleado en direcciones que no pueden ni sospechar.
 
  

La práctica del perdón (II)


Dos hombres habían compartido injusta prisión durante largo tiempo en donde recibieron todo tipo de maltratos y humillaciones.
Una vez libres, volvieron a verse años después. Uno de ellos preguntó al otro:

- ¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros?

- No, gracias a Dios ya lo olvidé todo – contestó- ¿Y tú?

- Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas – respondió el otro.

Su amigo lo miró unos instantes, luego dijo:

- Lo siento por ti, todavía te tienen preso.

Fotografía Flickr “prisión”: Paula

Desapego

 
Muchas veces llamo desapego a la forma de protegerme contra el dolor de perder o de no obtener aquello que es precioso para mí.

¿Qué sucede con el desapego mal entendido? Pues que se apodera de nosotros el demonio del mediodía, el pecado de los monjes, uno de los obstáculos en la Vía, uno de los errores que matan el alma: la acidia, normalmente conocida como pereza. El error que todo lo deja estúpidamente en manos de Dios sin darse cuenta de que somos las manos y los pies y la lengua de Dios. O nos movemos nosotros o aquí no se mueve nada. Para bien o para mal. Con mejor o peor acierto. Que Él se encargue de enderezar los caminos, que para eso es Dios. Yo me dedico a servir que es lo mío y lo que me corresponde. Y a continuación sacudo mi manos, las lavo, entrego el trabajo hecho.

La exteriorización de los deseos, el hacerlos realidad, hará que yo sea frío o caliente. Pero no tibio. Cuando la pereza se apodera de nosotros, nos convertimos en ese tibio al que Dios vomita de su boca. Que no hace falta ser violento, ni provocador ni nada de eso. Ni opinar a diestro y siniestro ni contradecirlo todo.

Si la pereza impide que estemos conectados con las cosas que hace el universo, y las hagamos nosotros mismos, nos convertimos en algo parecido a una tierra muerta, a un muerto-vivo, en un ser inútil para sí mismo y para los demás. Sobramos. ¿A éso le llamamos desapego?

¿Qué es lo que debe hacer el perezoso para vencer su pereza? Moverse hacia las cosas que estén a su alcance: voy al banco; compro comida, la cocino, la como; llamo a un amigo, le cuento mis cosas, escucho las suyas; tengo una idea, la hago; mi casa está sucia y desordenada, la ordeno y hermoseo...

Cuando el perezoso se pone en marcha el universo se mueve más y le complementa y multiplica. No importa aquí el resultado práctico obtenido -muchos perezosos justifican su pereza arguyendo que sus esfuerzos no sirven de nada-, lo importante es ponerse en movimiento a nivel físico, emocional, mental y espiritual para mantener, y si fuera necesario, restaurar el Orden y mi orden allí donde se encuentre alterado.

Es un buen libro el I Ching para entender El Equilibrio. Que es: que la tormenta descargue truenos y lluvia, que el sol dé calor y luz, que los árboles proporcionen sombra a cualquiera que se ponga bajo ellos. Que se guarde, y no caiga en el olvido, la forma de acceder al Cielo desde la Tierra continuando en ella. Que el hombre manifieste, actualice y realice sus capacidades y potencias. Alguien dejó por ahí un hermoso y hermético comentario que decía: "Manifiéstate alma mía". Manifestar, bajar al plano de la manifestación lo que está en el plano de las ideas.

Somos cadena de transmisión, eslabones en la cadena. Podemos hacer ese papel o interrumpirlo por desidia o desgana. Pagaremos en malestar, que no es el estado natural del hombre, sino el aviso de que algo no anda bien.

Desapegarse no es lo mismo que des-preciar o des-apreciar. Apreciar es sentir y conocer el precio de todo, lo precioso, el valor incalculable -medido en toneladas de emoción y gratitud- del manto de estrellas en una noche helada, por ejemplo. Que finalmente es Vacío, pero vacío cargado, repleto, preñado de Vida y no de muerte. Hay que apostar. Es así en nuestro mundo humano encarnado y en muchos otros también. No estamos hablando del plano de la Unidad. Y aún si habláramos de eso, incluso la Unidad se mueve y hace dos y el dos se hace tres y...

Desapegarme de la necesidad de coleccionar amigos no tiene nada que ver con la alegría y la gratitud por recibir un correo cargado de cariño o recibir la visita de alguien dispuesto a respetar mis lágrimas (que también son distintas de las quejas ñoñas reiteradas y eternas)

Desapegarme de la compulsión por comer libros atragantadamente no tiene nada que ver con el gozo de leer uno que me emociona. Y buscar otros. Y contarlo y difundirlo. Que no se pierda.

Desapegarme no es que dejen de gustarme las cosas, las personas, las comidas, los olores, colores, sabores, texturas, emociones. Es más bien que no tenga la necesidad imperiosa, y esclavizante, de hacerlas mías y poseerlas y que se detengan en mí, sólo para mí.

No es reprimir la curiosidad.

No es quedarme quieta.

No es negar lo mucho que me entusiasma la idea brillante que hay tras una nueva solución técnica a cualquier problema. O que yo misma la invente.

Desapego no es represión del tesoro inapreciable de ser humano. No puede ser renunciar a la alegría de conocer mi herencia y... repartirla.

Si zazen no nos hace intensa y apasionadamente humanos...

...o yo estoy muy equivocada, que puede ser.

No será la última vez que reflexionemos juntos sobre este tema... espero, porque es de gran importancia.