El título tiene algo que ver con el contenido. Algo.
Lo que pasa es que las cosas en el cosmos universal van lo que se dice despacio.
Más o menos como las cosas de palacio.
Y los pobres humanos que habitamos tanto el cosmos cósmico como nuestro palacio-cuerpo estamos fabricados con una pasta hecha de impaciencia pura.
Dicho sea en nuestro descargo, el tiempo no es el mismo para el mencionado cosmos que para nosotros los humanos de a pie de tierra. Mientras él cuenta con la eternidad, nosotros solo tenemos el átomo más diminuto de todo ese tiempo.
O eso nos parece porque hay filósofos que avisan del eterno ahora. No sé si es para animar o porque realmente si sólo te quedas en el aquí y ahora nada nunca es tan grave. Pero bueno, eso son las cosas abstractas de los filósofos que siempre andan se diría que en la estratosfera.
Lo malo de todo esto es pensar. Aunque creo yo que, más que pensar, lo malo es preocuparse, todo el mundo sabe eso de que preocuparse, sin el pre, es muy saludable. La pequeña diferencia me parece que está en que si me preocupo lo único que hago es poner a mil revoluciones la cabeza, que además ya sabemos que tiene un gran "repris" (y que me aspen si sé cómo se escribe semejante palabreja). Y en definitiva no hacemos.
En el planeta zen se dice que es mejor hacer. Hacer da resultado y satisface. Claro que hay que saber cómo; las cosas no son tan sencillas...
Una vez un monje me explicó un poquito del secreto: dijo que en cada momento hay que hacer lo que toca, que eso sabemos más o menos todos.
No es una cuestión de elección, sino que todo el mundo sabe que a eso del momento en que a uno se le abren los ojos, pues toca despertarse; y uno se despierta. Y toca remolonear; y uno remolonea y se estira en la cama y en el cuerpo se le pone como un gustito. No es que uno piense:
"¿remolonearé? ¿y si se me estira un tendón? ¿y si alguien entra y me ve y piensa que vaya vaga...?..." No, una no piensa nada, es que toca hacer eso y lo hace con todas las ganas. Y después se levanta y se va al cuarto de baño y abre el grifo y pone las manos debajo de él y siente el agua fresquita. Y si una es un poco agradecida se da cuenta de la inmensísima suerte que tiene de tener agua de una forma tan sencilla como hacer un giro de muñeca y, hale, agua va!.
¿Sabes lo que quiero decir?.
Lo mismo sucede pongamos por caso, con la comida.
Estoy segura de que, por ejemplo, las primeras comidas que hiciste en tu propia casa, no sólo no te importó, sino que disfrutaste porque, si bien lo miras, pensar en qué comida hago es francamente divertido: puede que primero lleguen a la cabeza los tomates, o igual son las cebollas... y después piensas qué puedes hacer con ellas: que si las cueces, que si las fríes, que si las pongo a hacer miguitas con el aceite o con unos ajos para que se hagan novietes...
Y luego toca ir a comprarlas. Y claro, puede que a una le dé un poco de rabia y pereza vestirse para "bajar" y encontrarse con la verdulera. Pero puestos a seguir el ejemplo de Pollyana, meter las piernas en los pantalones de forma que cada pierna vaya por su sitio y no se te quede el pie a media pernera y entonces casi te caigas poniendo en peligro, puede que no tu vida, pero sí un buen golpe; y luego meter la cabeza en la camiseta y mientras resbala orejas abajo levantar de golpe los brazos justo para que se cuelen por las mangas. Y más luego a continuación poner un pie delante de otro de forma que, ¡vaya maravilla!, tus pies y tu cabeza se ponen de acuerdo para dejarte justo delante de la puerta de la verdulería llena de colores listos para comprar, cocinar y comer...
¿Sabes ahora a qué me refiero?.
Quiero decir, volviendo a lo de las comidas, que al principio igual porque era nueva, la cosa tenía más gracia. Fue después, que se convirtió en rutina, que las comidas pasaron de ser comiditas
(hay que poner tono dulce y cariñoso) a ser "las comiditas"
(aquí el tono ha variado ostensiblemente hacia la coña marinera pintada de cierto cansado resentimiento porque "nadie me lo agradece", "y yo qué" o cosas por el estilo). Pero los ajos y las cebollas, la cocina, las recetas.. no han cambiado. Ellas siguen siendo igual, ofreciendo sus colores a quienes los quieran ver, oler y saborear. Eres tú y yo
(con el tú de mi canción no te aludo compañero, ese tú soy yo, que diría Machado) quienes hemos cambiado y ya no nos hace ninguna gracia. Y me parece que es porque en vez de seguir viéndolo como una novedad, como una aventura
(al estilo de la mente de principiante de Suzuki el joven), nos vence la sensación esa de
“¡otra vez!, ¡uf!”. Como que tenemos la capacidad de hacer que las cosas envejezcan y se llenen de arrugas cansadas que no es lo mismo que arrugas ancianas, (
la versión noble y políticamente correcta de "viejas").
En fin que eso: que para estar normal, como decía el monje, a lo mejor no hay que hacer más que lo que toque, con la precisión y el cuidado más exquisito, como si fuera un acto de supervivencia o una obra de arte en un lienzo caro y con escasos tubos de buen óleo. Y disfrutarlo. Y luego que llegue el momento siguiente y entonces igual toca estirar las piernas en un magnífico sillón y abrir el mejor libro del mundo con el café más aromático de la tierra.
Piénsalo a tu manera y ya me contarás si el buen monje tenía un poquito de razón.
El dibujo aclaratorio tomado de
No todo es lo que parece