Nunca por miedo

 
Sea lo que sea que vayas a hacer, o dejar de hacer, que no sea por miedo. Si decides ir a una fiesta que no sea por miedo a que no te vuelvan a llamar o a quedarte sin amigos o a quedar mal. Si decides no ir que no sea por miedo a no ser el más divertido (o divertido a secas).

Ya sea un trabajo o una relación o tener un hijo o un perro o cambiarte de casa o sonreír sumisa y miserablemente, asentir con la cabeza lo que querrías combatir con la palabra... sea lo que sea, que nunca la razón sea el miedo.

Si al preguntarte por los motivos que mueven la decisión encuentras un rastro de ese olor podrido y sudoroso de comerciante rastrero, continúa en lo que estás, no te apartes, no cedas. Sólo una vez que haya desaparecido ese fantasma hecho de toneladas de nada, decide. En ese momento y de esa forma, tanto irte o quedarte estará bien. Continuar o abandonar, cualquier cosa, estará bien.

Porque no es lo mismo miedo que prudencia, miedo que cautela, miedo que buen juicio. Es distinto.

Que hay miedos y miedos. Hay miedos que son guardianes y miedos que son obstáculos. Los monstruos que guardan los templos dan miedo y así tiene que ser porque guardan un tesoro inmenso pero el miedo (mi miedo), con su meliflua corte de excusas, que yo pongo para entrar al templo es un obstáculo en la Vía.

Entrenar el fino olfato que nos permite discriminar entre unos y otros es labor de muchos días y años, de mucho mirar hacia dentro y nombrar sin juzgar lo que vamos encontrando. El resultado es una joya preciosa: el claro discernimiento y la espléndida libertad de ser sin miedo.

Por cierto, la foto pertenece a:  www.flickr.com/photos/crazy_beat/412458924 y tiene más.
 

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