Advertencia: El siguiente texto es sentimentalmente violento. Su lectura por mentes no preparadas puede ocasionar confusión, llanto, fuga psicógena, trance hipnótico y ataques de pánico, entre otras reacciones adversas observadas, particularmente en personas con una historia de fobia a los insectos y a la muerte.
Por otra parte, se previene al posible lector que la legislación europea declara a la mosca especie protegida, y que su tráfico y compraventa son y serán perseguidos dentro del territorio de la Unión.
La inclusión de esta advertencia exime al autor de cualquier responsabilidad legal sobre las consecuencias de su lectura.
En cumplimiento de la Resolución DLXII/2022,
sobre Libertad de Expresión,
Tribunal Europeo de Viena
¿NUNCA HAS JUGADO CON LAS MOSCAS?
¿Nunca les has tendido tu mejilla, o tu mano? ¿Nunca les has prestado la atención que reclaman con esos fantásticos vuelos rasantes y esas exhibiciones de queda elegancia al sol de la tarde? ¿Qué de qué demonio estoy hablando? ¿Si hablamos de las mismas moscas? ¡Ah!, debí haber entendido. Perteneces (¿a que sí?) a la abominable especie de los insecticidas.
En primer lugar, créeme, amigo, que te compadezco. Nunca has estado jamás de verdad solo, de lo contrario apreciarías cabalmente la compañía de las moscas. Piensas que las moscas son pesadas, cuando la realidad es que se ponen pesadas contigo, a ver si así les hace algún caso. Y entonces vas y las matas. Te compadezco, amigo, porque sin duda no sabes lo que haces.
Pero a renglón seguido te notifico: no te daré tregua, recibirás de mí el trato que dispensas a las moscas, un trato bárbaro.
Así que, para empezar, dime, ¿eres de los del pulverizador o de los del matamoscas? En verdad, la diferencia es bien pequeña, pero al menos los segundos se toman más trabajo en matar. Y, lo que no es poco, lo hacen de una en una.
Demos ahora un repaso a tu carrera criminal. Vamos a ver, miserable, calcula, ¿cuántas moscas habrás matado? Que no puedas aproximar siquiera una cifra es ya suficientemente patético.
¡Insensato! ¿Sabes por lo menos lo que vive una mosca, su velocidad máxima de vuelo o cuántas patas tiene? Con tu limitado entendimiento, cualquier mosca que te haya tratado conoce más de ti. que a la inversa. ¡Pedazo de patán!, ¿cómo te atreves a liquidarlas?
Ellas saben que el roce con tu piel es agradable. Saben que sueles realizar sin previo aviso vertiginosos y masivos desplazamientos. Que tu fuerza y tamaño son enormes. Que emites sonidos. Cómo hueles. Tienes que saber que te conocen. Es más, te reconocen. Cada mosca que mataste era una huella tuya, toda esa información almacenada en su sistema nervioso, dime que lo entiendes.
Pero ya veo que empiezas a aflojar.
¿No te das cuenta? ¿No te das cuenta, animal, de cuánto daño has hecho?
Cierto que hacen cosquillas, y un poquitín de ruido, ¡pero hacer de esas minucias la razón de una muerte!
Las moscas son traviesas, presumidas, nerviosas. Viven en el puro espacio físico. A sus multifacetados ojos, las fabulosas demostraciones de tu potencia te convierten en alguien parecido al amigo que de niño a buen seguro quisiste tener. Ese chico mayor que apenas un par de veces te hizo caso. Y ahora que podías ser generoso… ¡Cuántas ocasiones, ay, de haber sido y haberte sentido fuerte desperdiciaste! ¡Qué afortunado, al cabo, por no poder recordarlas!
Y bien, amigo mío, comprendo que comienzas a sentirte como una mosca. Que sabes qué buscaban en ti las moscas que mataste, eso que tú también andas buscando. Que cegaste muchos posibles futuros. Que su vida está coja.
Anda, y promete cultivar en adelante la amistad de las moscas.