ZEN, la versión japonesa de la Tradición

         
Es decir: el Zen parece ser que es la versión japonesa de un estilo de "meditación" que se gestó en la India, pasó por China y terminó de depurarse en Japón. Y esa es una aplastante verdad que no hay que olvidar jamás, al menos si uno es occidental de pura cepa y más en concreto si pertenece al área mediterránea. Porque las cosas no son lo mismo aquí que en Japón. Ni muchísimo menos. Así que antes de decidir practicar zazen, idea que, por otro lado es una grandísima y feliz idea, uno tiene que saber algunas cosas.

Hay que saber que cuando uno tropieza con el Zen lo que ha hecho en realidad es aterrizar en un planeta distinto. Ni el idioma, ni las costumbres, ni la valoración de las cosas, ni el vestido... casi nada es lo mismo que en la vida normal y corriente. Así que hay que aprenderlo todo de nuevo y casi a ciegas porque la gente del Zen no da explicaciones de ningún tipo ni siquiera bajo tortura :)

y..............



La placa del viejo portal decía: Dojo Zen, 3º Dcha. Ane subió por las angostas escaleras de madera desgastada por el tiempo hasta el 3º Dcha. Llamó al timbre y esperó un largo rato hasta que la puerta se abrió de par en par. El hombre que tenía delante de sus narices iba vestido con un kimono negro, descalzo y con un palo plano de madera bien trabajada echada al hombro como si fuera un hacha. Tenía la cabeza monda y lironda y la miró directamente a los ojos, como sin prisa y sin decir nada. Silencio mudo. Y ane un poco tartaja, las cosas como son, ante la extravagante visión para la que no estaba preparada, saludó:

- Venía preguntando por el dojo zen.

A estas alturas ane sí sabía que un dojo Zen era el lugar donde los monjes practicaban zazen. Así que al menos eso no tenía que preguntarlo. “Dojo”, el lugar del “despertar”, otro concepto que a saber qué querían decir con eso, pero de momento lo apartó del pensamiento. El monje continuó mirándola y ella siguió sospechando que había dado más bien con un lugar de locos.

- Estábamos meditando- dijo a modo de explicación que a ane más bien le sonó a censura por haberles interrumpido. ¡Y yo qué sabía!, pensó, ¡Pues no haber abierto, caramba!, ¡vaya una manera de recibir a una nueva clienta!. Pero solamente dijo:

- Bueno, ya vuelvo otro día, mejor.
- De acuerdo.

Y ni una palabrita más. Ane dio media vuelta dispuesta a no volver a acercarse por allí nunca jamás, ¡ya les pueden dar dos duros!. Era a todas luces orgullosa, pero tampoco el recibimiento había sido como para tirar cohetes. El caso es que, sin querer, por el rabillo del ojo vió un pequeño cartel en el que se especificaba claramente el horario de zazen y una nota: “Iniciaciones – Sábado 10h”. Y a lo tonto y a lo bobo el siguiente sábado se encontró subiendo por segunda vez las mismas escaleras y esperando que la abrieran la misma puerta. Esta vez fue una diminuta mujer delgada y blanquísima con una risa pegada a la boca que sonaba como un aria llena de tonos agudos que subían y bajaban dando la impresión de que nunca fuera a terminarse y de una potencia que amenazaba con romper los tímpanos de una ane a estas alturas ya completamente sorprendida. No la dio tiempo ni a saludar:

- Vienesalainiciaciónporquetúeresnuevaatinoteconozconote preocupespasaahoravieneelmonje... Soltó como una metralleta todo seguido sin interrupción ni coger aire.

Ane la siguió al interior de la casa. Entró, detrás de la aspirante a diva, a una habitación donde tuvo la sensación de que el aire se había remansado. Había un tibio olor a incienso suave. Una estantería baja situada a lo largo de una de las paredes estaba llena de cojines redondos, negros perfectamente alineados de canto uno detrás de otro, pegados uno a otro. El suelo estaba cubierto de una moqueta gris que más bien parecía de ningún color. La brillante luz de la mañana de primavera entraba, dulce, a través de unas persianas casi negras de auténtico último diseño.

Ane sintió cómo los nervios se le iban escurriendo piernas abajo hasta casi salir por los pies y perderse en la madre tierra que siempre sabe qué hacer con ese tipo de cosas.

Había una especie de pequeño altar con un montón de sobres apilados hechos de tela marrón o negra. En la pared había algunas caligrafías enmarcadas.

Estaba entretenida recorriendo todo el espacio con la mirada mientras esperaba que apareciera el hombre calvo de la mirada fija cuando se dio cuenta de que había alguien a su espalda. Se volvió. Un hombre fuerte de ojos verdes dulcísimos y risueños la saludó abriendo los brazos. Soy Oso, dijo, nombre que, por otro lado, le venía que ni pintado teniendo en cuenta su aspecto. Ven conmigo, vamos a pasar al dojo.

Así (o parecido porque la mentira puede ser algo hermoso que recubre -y descubre- verdades) comenzó para ane la gran aventura, repleta de riesgos y victorias, de una vida buena.

Pero esto es tan solo lo que la pasó a ella. Para otro será de otra forma porque cada cual construye su mundo a su antojo. También eso se aprende en un dojo.

3 pensamientos +:

Luis Cano Ruiz dijo...

Lo de no dar explicaciones debe ser una cosa muy de las culturas orientales (en Nin Jutsu, todavía estoy esperando unas cuantas), o quizá sea que en nuestra cultura, todo debe tener una explicación y alguien debe dárnosla.

En cuanto a lo de otro planeta distinto, estoy de acuerdo, y para ello hay que tener la mente abierta y el vaso del conocimiento vacío.

Quizá, cuando aprenda algo, acuda allí para olvidarlo y aprender de nuevo.

Anónimo dijo...

Cierto ... lo de las explicaciones :) despues tenia mil interrogantes ... pero he apostado mas por una linea autodidacta ... ya iran saliendo las respuestas
Ruben

Muiso dijo...

Es que el Zen es autodidacta, si bien: Referenciado.
Cuando las interrogantes están bien planteadas, las respuestas surgen solas, es decir: Cuando las preguntas las formula el ego, el buda se desentiende ;-)))))

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