Meter la pata o la noble verdad del buda que siente y padece

 
Me han dicho que no es obligatorio estar feliz todo el tiempo, que puede que sí o puede que no. Más bien casi seguro que no, que de vez en cuando o muchas veces o pocas estaré triste, disgustada o furiosa.

Pues es un alivio, la verdad.

Yo pensaba que lo bueno era estar bien a todas horas y me agobiaba un poco-bastante-mucho porque por más que me esforzaba no lo conseguía, pensaba que lo bueno era tener derecho a todo en todo momento y por alguna extraña operación mental creí que tener derecho a la felicidad era prácticamente lo mismo que estar obligada a serlo. Una insana obligación que me hacía tremendamente infeliz, ¡qué cosas!

El caso es que desde que tengo permiso (porque me lo he dado) para ser imperfecta y meter la pata, desde que no me obligo a ser feliz, vivo más a gusto y me enfado mucho menos conmigo misma y por lo tanto con los demás.

He decidido con mi soberana voluntad que como soy humana me puedo permitir algunos lujos que los pobres dioses no tienen. Por ejemplo eso: la maravillosa sensación de meter la pata sin vergüenza aunque sea con dolor pero también con la seguridad de que la puedo sacar, aprender y a continuación reparar el daño humildemente.

Y aquí lo escibo para que no se me olvide recordarlo cuando lleguen los momentos de dificultad.
  

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