Sesshin en Algeciras, 1996, 10-11 de Febrero

   
Primer día, siete de la mañana
Un día en que Mahakashyapa, gran discípulo del Buda, estaba enluciendo una pared, un monje joven pasó por allí y le preguntó: “¿Cómo es que tienes que hacer un trabajo así?”

Mahakashyapa le contestó: “Si no lo hago yo, ¿quién lo hará en mi lugar?”

Refiriéndose a esta historia, Dogen decía: “Su espíritu era mushotoku; sin meta, sin beneficio, como un abanico en invierno. Su cuerpo era hishiryo, como las nubes en el frío valle”

Cuando comprendemos que nuestros actos son nuestro yo-mismo, entonces comprendemos que los demás no son más que sus actos. Enlucir una pared es tan peligroso e inalcanzable como escalar un muro de hierro.

Practicar zazen, practicar la Vía no es ser astuto ni hábil. Por ejemplo, no se puede decir: “En zazen soy más hábil que él”. El zen tampoco es moralista. La verdadera, la profunda moralidad no tiene sabor ni olor, y, sobre todo, no huele a moralidad.

Una historia antigua cuenta que dos hombres andaban en una noche oscura por un bosque en China. Uno era ciego y por eso su compañero lo guiaba por el camino. En un momento dado apareció un demonio y se alzó ante ellos. El ciego no tuvo nada de miedo, mientras que su compañero, su guía, quedó aterrorizado. Entonces el lisiado guió a su amigo. La situación se había invertido.

¡Dejad de toser, de moveros!

Ser astuto o ser hábil conduce a una vida de poco interés. Siempre se puede transformar, negociar la verdad, pero al final sólo somos lo que hacemos. No oponerse es como el reflejo de la luna que flota en la superficie del agua.

Concentraos, volveos íntimos con zazen.

Un zazen, una sesshin se acaba muy pronto, se termina muy pronto. Es como lo que dura una vida. Cada día, cada instante, nuestro rostro, nuestra vida, cambian. Sin embargo, en cada instante se puede estar en armonía con la Vía, e intimidad, no permanecer en un único aspecto, en una única verdad; en la verdad de un aspecto que se sitúa a uno u otro lado del río.

Un lado siempre es oscurecer una parte de la propia existencia y entonces la Vía aparece siempre como dualidad. Tenéis que abrazar todas las contradicciones de vuestra existencia. Uno siempre quiere ser más fuerte, más inteligente, más guapo, más sabio... Zazen deshace esas diferencias, esas coagulaciones de la mente. Aflojar la mente hambrienta. Ser completamente libre, como un abanico en invierno.


Diez de la mañana

En nuestro mundo toda la gente quiere brillar. En todos los medios sociales sucede lo mismo. En el mundo de la política, es el que consigue más mandatos; para los que van a la guerra, es el que gana más batallas; en el mundo de los ladrones es el que más roba. También en el zen hay gente que quiere tener una postura mejor que la de los demás. “¿No crees que me parezco al Buda?”

Ser el que más, ser el mejor... También están los que hacen todo lo contrario: ser el peor, el más sucio. Es lo mismo.

Un abanico en invierno es del todo inútil. Vuestra práctica tiene que ser así, como un abanico en invierno.

A los grandes maestros se les conocía porque no se hacían notar, incluso pasaban por idiotas: “¿Qué? ¿Ese hombre tan tonto, un sabio?” Como un árbol marchito; inútil ante la mirada social.

Anteayer en la conferencia dije: “¿Qué dirección queréis dar a vuestra vida? ¿Qué dirección queréis dar a vuestro cuerpo y a vuestro espíritu?” Eso es lo importante. Solo eso.

Por ejemplo, por la mañana, cuando uno se levanta, se lava, aún está oscuro, va al dojo, poco a poco amanece. Todos podemos sentir ese cambio en todas las células del cuerpo. Todos podemos sentir lo que es verdaderamente importante.

Comprender que cada día es un nuevo día; que, desde el comienzo de los tiempos, el día viene después de la noche, que cada mañana es fresca, nueva. Así ha de ser la práctica de zazen. Cada zazen, cada instante debe ser nuevo.

No seguir con los sueños de la noche pasada. Además es inútil seguir con cualquier cosa. Sólo abandonar, dejar de lado el cuerpo y la mente aquí y ahora. Meted la barbilla, estirad la nuca; debéis empujar hacia el cielo, empujar hacia la tierra, como si quisierais apagar un fuego encima de la coronilla.

Dar a la vida, al cuerpo, al espíritu, la dirección adecuada. No se trata de llegar a ser alguien, de llegar a ser algo, de seguir haciendo algo, es comprender que, de hecho, aquí y ahora puede ser maravilloso, cada instante.

En el Sutra del Diamante está escrito: “Cuando la mente no se detiene en nada, aparece el verdadero espíritu.” Sólo esta frase es un verdadero tesoro. Muchos grandes maestros han conseguido el despertar sólo con oírla. Eno cambió de dirección al oír esta frase. “Cuando la mente no se detiene en nada, aparece el verdadero espíritu.” Pero ese verdadero espíritu no es un espíritu especial, algo oscuro o inaccesible. El espíritu de aquí y ahora, el espíritu de todos los días. El espíritu de cada instante, siempre fresco, siempre renovado.

Cuatro y media de la tarde
Espirad suavemente, profundamente, justo tres dedos debajo del ombligo. Una vez Sensei, el Maestro Deshimaru, nos escribió una carta. Cada año, en marzo, en primavera, volvía a su país, cuando los cerezos están en flor. Nos escribió: “Queridos discípulos, ¿qué tal estáis tres dedos por debajo del ombligo? Cuidado, no más abajo.”

Ese punto se llama kikai tanden, el océano de energía, y no tiene que convertirse en un mar muerto.

Ocho y media de la tarde
El sexto patriarca, Eno, era leñador. Un día cuando se paseaba por el bosque, oyó a un monje que estaba cantando -cantaba el Sutra del Diamante-, y oyó esta frase: “Cuando la mente no se detiene en nada, el verdadero espíritu aparece.” Al oírla, su vida cambió completamente.

No hay agarraderos para la práctica de zazen; lo mismo ocurre con el espíritu. Ningún instante es igual, ninguna persona, cada instante es nuevo y nuestro espíritu debe permanecer fresco. Si uno quiere escapar de sí mismo, de su ego, la vida se vuelve difícil. Dogen escribió un capítulo del Shobogenzo, “Ganzei”, que Étienne comentó una vez en una sesshin.

“Ganzei” es la mirada nueva, la mirada restaurada, la mirada fresca, la mirada pura. Si uno no tiene esa mirada, no puede comprender que los ochenta y cuatro mil fenómenos no son más que el espíritu de la Vía. Ochenta y cuatro mil quiere decir infinitos. Si esa mirada, esa visión es despierta, entonces todos los fenómenos se convierten en el satori.

Esto lo podéis comprender a través de vuestro cuerpo. El ser humano tiene un cerebro muy complicado, muchos deseos, pasiones, miedos, ansiedades, secretos... Cada persona tiene su karma. No se puede cortar a voluntad el karma ni parar, sin él es la muerte. La muerte es la única certeza, no el amor. A través de zazen sólo el ser humano puede comprenderse a sí mismo. Y entonces todo su karma puede transformarse profundamente. Todo se convierte en los ochenta y cuatro mil fenómenos de ganzei. Es metamorfosear de verdad el cuerpo y la mente. Comprenderse uno mismo, ser íntimo con uno mismo, conocerse a sí mismo.

Sócrates ya decía: “Conócete a ti mismo”. El estudio de la Vía de todos los siglos precedentes da sus frutos en todos estos fenómenos, cuando miramos a través de ganzei, la visión clara, originar, pura.

Es inútil quedarse en viejos pensamientos. Dejad pasar de un momento a otro, restaurad esa visión. En 1982 cuando Sensei, el Maestro Deshimaru, se puso enfermo, hacía quince años que estaba en Europa. Había desarrollado una misión fuerte. Pero cuando se puso enfermo, fue a que le curaran a Japón.

De joven, junto a Kodo Sawaki, tenía un condiscípulo que se llama Abe. Cuando ingresó en el hospital, en Japón, el hijo de Abe fue a visitarle. Después le preguntamos qué es lo que había dicho en el hospital: “Ahora he comprendido. Cuando vuelva a Europa, he de recuperar el estado de espíritu que tenía cuando me marché hace quince años.” Y murió.

En cada instante hay que restaurar esa visión. Incluso en el momento de la muerte. Y con más razón durante una sesshin.

Tened paciencia, un minuto más.

Ayer le dije a una persona que cada día calibro, descubro un poco más la grandeza, la profundidad de la enseñanza de mi maestro. Cada día más.

Después de zazen habrá una ceremonia, un kito. Para los que no la conocen, es una ceremonia algo especial. Algunos creen que es magia. En absoluto. Es una ceremonia que se dedica a alguien que está enfermo, para que recupere la salud. Es como ofrecer incienso. Es el regalo más bello, se esfuma. Para un monje zen, ofrecer incienso es el don más preciado. Un kito es lo mismo.

Segundo día, siete de la mañana
Evidentemente esta visión restaurada, esta vista, no depende sólo de los ojos. Durante zazen todos los fenómenos, todos los karma se convierten en el estudio de la Vía. Nada se deja fuera.

Un día, un discípulo pregunta a su maestro: “Ayer comprendía; hoy caigo en la oscuridad.”

Ayer percibiste por anticipado con tu respiración el sentido de mi respuesta. Hoy, intentas comprender lo que no depende de tu respiración. De nada sirve preguntaros si vuestro zazen es bueno o malo, si estáis concentrados o no. Sólo concentrarse en aquí y ahora, en la postura. Es ponerse a prueba uno mismo, poner a prueba a los demás. De nada sirve elegir, discriminar entre los fenómenos, las reglas, los pensamientos.

Aquí y ahora, el estudio de la Vía, después del Buda, antes del Buda, de todos los maestros de la transmisión, da sus frutos en la infinitud de los fenómenos.

La forma auténtica de la gran Tierra, las montañas, los ríos, los bosques son la expresión de esta visión restaurada, es como comprenderse uno mismo en unidad con lo que nos rodea.

Sensei repetía todo el tiempo: “Seguid el orden cósmico.” Sin costumbre. Es inútil tener costumbre de hacer sesshines, contar la cantidad de años de práctica. Ser siempre fresco, nuevo. Nuestra práctica pasada no es importante para nosotros. Solo aquí y ahora es importante. Cinco años, diez años, cuarenta años... sólo la práctica de aquí y ahora restaura nuestra visión.

Estamos en un mundo en el que todo el mundo cuenta, pero los fenómenos están en movimiento, son impermanentes. El estudio de la Vía da sus frutos en el presente. En todos los fenómenos de nuestro espíritu.

Diez y media de la mañana
Basculad la pelvis hacia delante, estirad bien los riñones. Si los riñones están bien estirados, el vientre puede relajarse, si no, los músculos abdominales compensan. En ese momento podéis respirar profundamente, tranquilamente.

El otro día leí un poema de García Lorca que habla de Granada:

“En Granada hay dos ríos que van de la nieve al trigo”

Nuestro cuerpo también tiene dos ríos: la respiración la circulación sanguínea, que también van de la nieve al trigo, que dan calor, frescor, cosecha... que por último, animan, dan vida a este cuerpo y a este espíritu.

Último zazen. Rápidamente, no os mováis más. Sólo dos minutos. Evidentemente ganzei, esta visión restaurada, no depende sólo de los ojos, es el cuerpo, es el espíritu, los dos juntos. Este verso de Lorca es muy bonito:

“En Granada hay dos ríos que van de la nieve al trigo.”

Entre la nieve y el trigo está todo el proceso de la vida: el sol, la cosecha, las vendimias, la siega, la cosecha de frutos, todo el proceso funciona convenientemente, prueba de que esos dos ríos están perfectamente equilibrados. Por eso los ochenta y cuatro mil fenómenos son la expresión de la Vía.

Son nuestro cuerpo, nuestros músculos, nuestra piel, nuestra carne, nuestros huesos y en nuestra vida actual podemos oír esto, aquí y ahora.

En nuestra vida actual oímos el Dharma transmitido desde el pasado hasta hoy. ¡Dejad de toser! En el Dharma existen el nacimiento y la muerte. Si se comprende inconscientemente, podemos hacerlo realidad adecuadamente, vida tras vida, de esta manera una mota de polvo, cada fenómeno manifiesta este Dharma. Pero de la nieve al trigo, ese Dharma ha de estar vivo. En nuestros días, en la India aún hay religiosos que discuten para saber si el Buda murió por haber comido setas o cerdo... Es una tontería. Dogen dice: “Si oímos aunque sólo sea una palabra de verdad al este, podemos expresarla en el oeste.”

Sin movernos, podemos comprender. Sin mirar, sin oír, sin hablar. El ruido del bosque, de los pájaros, expresa del todo esto. Por eso al final hay que volver a lo que es absolutamente sencillo, sentarse en el corazón mismo de la sencillez. Evidentemente, después la gente divide, separa, crea sectas: budismo, islamismo, cenismo, Soto, Rinzai. Pero antes de todo, en el corazón de la sencillez, podéis utilizar este cuerpo para hacer zazen con Eno, con Nangaku, con todo el Universo, con las montañas, con los ríos, con todo el cosmos. Por eso hacemos zazen.

¿Por qué habéis venido aquí? Al principio todos tenemos diferentes razones. Pero al final la razón de zazen, más allá de nuestras ideas, sin razón, sin meta, como el flujo de la vida y de la muerte que va de la nieve al trigo.
 

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