Que se abran las puertas de las letras de las palabras

De verdad espero poder poner en palabras algún día lo que sé del verbo "saber".

Admiro a los maestros que tienen el atrevimiento de parcelar con palabras aquello que solamente se puede señalar con el dedo.

De verdad, me vuelvo a los sutras y textos sagrados. Me declaro tan solo, y tan tanto, una escriba encantada de serlo, que difunde textos-llave.

Alguien en la consulta me dijo un día: "lo sé leer y lo sé escuchar pero no lo sé decir y tampoco escribir". Pues éso. Tampoco yo.

Hay una entrada en el blog grande que habla del arte del abandono de forma muy concreta. Son tres o cuatro preguntas dirigidas a uno mismo y que hechas una y otra vez... fue un descubrimiento que quise compartir.

Todo el zen es abandono. Barre cualquier esquema mental; desaloja las expectativas que esclavizan, las que nos convierten en mercenarios al servicio de la aprobación de todos incluido uno mismo...

Ahí donde en casi cualquier lugar se ofrece conocimiento y poderes o respuestas y brillo personal y ser más y más vistos y más consultados y respetados..., el zen nos hace expertos y maestros en el arte de abandonar, expertos y residentes en la Gran Paz. Abandonados al Espíritu y no por ello inertes sino todo lo contrario.

Pero nunca ofreció más que "frío en invierno y calor en verano".  Porque siempre aseguró que "no hay ningún lugar al que llegar y nada que obtener". Porque:

Antes del zen las montañas eran montañas
y los árboles eran árboles.
Durante el zen las montañas eran Tronos de Sabiduría
y los árboles eran las Voces de la Sabiduría.
Después del zen las montañas fueron montañas
y los árboles fueron árboles

Y cuando entramos en el dojo lo hacemos con el pie izquierdo que entre nosotros simboliza lo "cargado", lo desordenado, lo que traemos de fuera, nuestros deseos y ansiedades, nuestras creencias. Lo reunimos con el derecho y una vez así, plantados sobre los dos pies, unimos las manos a la altura del corazón creando así respeto, honestidad y unidad. Es desde esa postura que nos inclinamos rindiendo cuerpo y mente y espíritu. Todo.

Entramos así, por propia voluntad, en terreno sagrado. Sagrado porque dentro del dojo tocamos el Espíritu. Dentro del dojo nada interfiere, nada estorba. Es el lugar donde podemos contemplarnos a nosotros mismos. Conocernos sin condenarnos. Se van desprendiendo, ellas solas, capas y más capas. Y dejamos que se vayan y al final uno se olvida de sí mismo. Primero un poquito y luego más. Es verdad. Las cosas que dicen los textos son todas verdad literalmente, no son "decires". Sucede así.

Por eso salimos del dojo con el pie derecho, porque salimos ordenados, limpios, frescos, abiertos, normales. Y ordenados quiere decir 'de acuerdo con el Orden de las cosas'.

Vale que igual dura poco. Ya lo decía Deshimaru: "Entrar en el dojo es como cuando una serpiente entra en el hueco de un bambú: naturalmente se pone recta. En cuanto sale vuelve a serpentear." Pero algo queda, va quedando, y un algo más un algo más un algo, al final sale. Aunque para ese momento nos importe ya bien poco la iluminación o los poderes o yo qué sé el qué.

¿Es la única opción? Seguramente no. "Hay tantos caminos como alientos", dicen los rabinos. Y, para no variar, los rabinos tienen razón.

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