Sin motivos

 
Llegué al zen como de casualidad, me lo tropecé o se tropezó conmigo o nos dimos de bruces el uno con el otro, que al final viene a producir los mismos resultados.

Que no buscaba yo nada por aquel tiempo aunque es verdad que, de pronto y sin venir a cuento de nada, me había dado por leer a Santa Teresa. No a San Juan de la Cruz que es como más elevado y espiritual, o sea, más como yo, un poco cursi y demasiado intensa. Pues no, leía a la de las cacerolas no se sabe bien por qué. Igual por equilibrar.

A lo que iba: que cuando comencé a ir por el dojo no tenía ni intención de relajarme ni de encontrar nada ni de ser mejor ni de poder soportar las difíciles condiciones de mi tiempo (entre otras cosas porque en aquel tiempo yo no tenía condiciones difíciles, vale que tampoco ahora...).

Y pienso yo que si hubiera tenido cualquiera de esas aspiraciones tendría que haber abandonado al poco tiempo para apuntarme a pilates, wicca, curso de manejo del estrés o alguna cosa útil.

Porque el zen para obtener y atesorar algo es de una inutilidad total, las cosas como son. Resulta que después de años de sentarte obediente tal y como te dicen y esperando que la vida te sonría más que a los demás, ¡qué menos!, pues no: sonríe cuando la da la gana y cuando no, te sacude como al resto de la humanidad.

Eso sí: no todo el mundo sabe la forma de estar en el Gran Silencio y nosotros sí. Poco a poco vamos aprendiendo a reposar en la vida de todos los días como las nubes en las montañas. A resbalar dulcemente cuesta abajo con la vida como las nubes por las montañas. A ser agua y nube. Eso es Un Sui (Nube Agua), el novicio, el monje zen que se desliza como las nubes y fluye como el agua.
  

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