Agradecer a los antepasados

  

Esto es lo que escribió Marco Aurelio (el emperador de "Gladiator") al comienzo de sus "Meditaciones" (que, por cierto, no tienen desperdicio) agradeciendo a sus antepasados y también a sus compañeros de vida por haberle enseñado tantas cosas. Si bien lo pensamos, cada uno de nosotros podemos hacer lo mismo... y sienta tan bien!


De mi abuelo Vero: el buen carácter y la serenidad.


De la reputación y memoria legadas por mi progenitor: el carácter discreto y viril.


De mi madre: el respeto a los dioses, la generosidad y la abstención no sólo de obrar mal, sino incluso de incurrir en semejante pensamiento; más todavía, la frugalidad en el régimen de vida y el alejamiento del modo de vivir de los ricos.


De mi bisabuelo: el no haber frecuentado las escuelas públicas y haberme servido de buenos maestros en casa, y el haber comprendido que, para tales fines, es preciso gastar con largueza.


De mi preceptor: el no haber sido de la facción de los Verdes ni de los Azules, ni partidario de los parmularios ni de los escutarios; el soportar las fatigas y tener pocas necesidades; el trabajo con esfuerzo personal y la abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida a la calumnia.


De Diogneto: el evitar inútiles ocupaciones; y la desconfianza en lo que cuentan los que hacen prodigios y hechiceros acerca de encantamientos y conjuración de espíritus, y de otras prácticas semejantes; y el no dedicarme a la cría de codornices ni sentir pasión por esas cosas; el soportar la conversación franca y familiarizarme con la filosofía; y el haber escuchado primero a Baquio, luego a Tandasis y Marciano; haber escrito diálogos en la niñez; y haber deseado el catre cubierto de piel de animal, y todas las demás prácticas vinculadas a la formación helénica.


De Rústico: el haber conocido la idea de la necesidad de enderezar y cuidar mi carácter; el no haberme desviado de la emulación sofística, ni escribir tratados teóricos ni recitar discursillos de exhortación ni hacerme pasar por persona ascética o filántropo con vistosos alardes; y el haberme apartado de la retórica, de la poética y del refinamiento cortesano. Y el no pasear con la toga por casa ni hacer otras cosas semejantes. También el escribir las cartas de modo sencillo, como aquella que escribió él mismo desde Sinuesa  mi madre; el estar dispuesto a aceptar con indulgencia la llamada y la reconciliación con los que nos han ofendido y molestado, tan pronto como quieran retractarse; la lectura con precisión, sin contentarme con unas consideraciones globales, y el no dar mi asentimiento con prontitud a los charlatanes; el haber tomado contacto con los Recuerdos de Epicteto, de los que me entregó una copia suya.


De Apolonio: la libertad de criterio y la decisión firme sin vacilaciones ni recursos fortuitos; no dirigir la mirada a ninguna otra cosa más que a la Razón, ni siquiera por poco tiempo; el ser siempre inalterable en los agudos dolores, en la pérdida de un hijo, en las enfermedades prolongadas; el haber visto claramente en un modelo vivo que la misma persona puede ser muy rigurosa y al mismo tiempo desenfadada; el no mostrar carácter irascible en las explicaciones; el haber visto a un hombre que claramente consideraba como la más ínfma de sus cualidades a experiencia y la diligencia en transmitir las explicaciones teóricas; el haber aprendido cómo hay que aceptar los aparentes favores de los amigos, sin dejarse sobornar por ellos ni rechazarlos sin tacto.


De Sexto: la benevolencia, el ejempo de una casa gobernada patriarcalmente, el proyecto de vivir conforme a la naturaleza; la dignidad sin afectación; el atender a los amigos con solicitud; la tolerancia con los ignorantes y con los que opinan sin reflexionar; la armonía con todos, de manera que su trato era más agradable que cualquier adulación y le tenían en aquel preciso momento el máximo respeto; la capacidad de descubrir, con método inductivo y ordenado, los principios necesarios para la vida; el no haber dado nunca la impresión de cólera ni de ninguna otra pasión, antes bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el que ama más entrañablemente a los hombres; el elogio, sin estridencias; el saber polifacético, sin alardes.


De Alejandro el gramático: la aversión a criticar; el no reprender con injurias a los que han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal pronunciado, sino proclamar con destreza el término preciso que debía ser pronunciado, en forma de respuesta o de ratificación o de una consideración en común sobre el tema mismo, no sbre la expresión gramatical o por medio de cualquier otra sugerencia ocasional y apropiada.


De Frontón: el haberme detenido a pensar cómo es la envidia, la astucia y la hipocresía propia del tirano, y que, en general, los que entre nosotros son llamados "eupátridas", son, en cierto modo, incapaces de afecto.


De Alejandro el platónico: el no decir a alguien muchas veces y sin necesidad o escribirle por carta: "Estoy ocupado", y no rechazar de este modo, sistemáticamente, las obligaciones que imponen las relaciones sociales, pretextando excesivas ocupaciones.


De Catulo: el no dar poca importancia a la queja de un amigo, aunque casualmente fuera infundada, sino intentar consolidar la relación habitual; el elogio cordial a los maestros, como se recuerda que lo hacían Domicio y Atenódoto; el amor verdadero por los hijos.


De "mi hermano" Severo: el amor a la familia, a la verdad y a la justicia; el haber conocido, gracias a él, a Traseas, Helvidio, Catón, Dión, Bruto; el haber concebido la idea de una constitución basada en la igualdad ante la ley, regida por la equidad y la libertad de expresión igual para todos, y de una realeza que honra y respeta, por encima de todo, la libertad de sus súbditos. De él tamién: la uniformidad y constante aplicación al servicio de la filosofía; la beneficencia y generosidad constantes; el optimismo y la confianza en la amistad de los amigos; ningún disimulo para con los que merecían su censura; el no requerir que sus amigos conjeturaran qué quería o qué no quería, pues estaba claro.


De Máximo: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las tareas propuestas; la confianza de todos en él, porque sus palabras respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones procedía sin mala fe; el no sorprenderse ni arredrarse; en ningún caso precipitación o lentitud, ni impotencia ni abatimiento, ni risa a carcajadas seguidas de accedos de ira o de recelo. La beneficencia, el perdón y la sinceridad; el dar la impresión de hombre recto e inflexible más bien que corregido; que nadie se creyera menospreciado por él ni sospechara que se consideraba superior a él; su amabilidad en el trato.


De mi padre: la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones profundamente examinadas. el no vanagloriarse con los honores aparentes; el amor al trabajo y la perserverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que podían hacer una contribución útil a la comunidad. el distribuir sin vacilaciones a cada uno según su mérito. La experiencia para distinguir cuándo es necesario un esfuerzo sin desmayo y cuándo hay que relajarse. El saber poner fin a las relaciones amorosas con los adolescentes. La sociabilidad y el consentir a los amigos que no asistieran siempre a sus comidas y que no le acompañaran necesariamente en sus desplazamientos; antes bien, quienes le habían dejado momentáneamente por alguna necesidad, le encontraban siempre igual. El exámen minucioso en las deliberaciones y la tenacidad, sin eludir la indagación, satisfecho con las primeras impresiones. El celo por conservar los amigos sin mostrar nunca disgusto ni loco apasionamiento. La autosuficiencia en todo y la serenidad. La previsión desde lejos y la regulación previa de los detalles más insignificantes sin escenas trágicas. La represión de las aclamaciones y de toda adulación dirigida a su persona. El velar constantemente por las necesidades del Imperio. La administración de los recursos públicos y la tolerancia ante la crítica en cualquiera de estas materias; ningún temor supersticioso respecto a los dioses ni disposición para captar el favor de los hombres mediante agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad en todo y firmeza, ausencia absoluta de gustos vulgares y de deseo innovador. El uso de los bienes que contribuyen a una vida fácil -y la Fortuna se los había deparado en abundancia- , sin orgullo y a la ver sin pretextos, de manera que los acogía con naturalidad cuando los tenía, pero no sentía necesidad de ellos cuando le faltaban, El hecho de que nadie hubiese podido tacharle de sofista, bufón o pedante; por el contrario era tenido por hombremaduro, completo, inaccesible a la adulación, capaz de estar al frente de los asuntos propios y ajenos. Además, el aprecio por quienes filosofan de verdad, sin ofender a los demás ni dejarse tampoco embaucar por ellos; más todavía, su trato afable y buen humor, pero no en exceso. El cuidado moderado del propio cuerpo como quien ama la vida, ni con coquetería ni tampoco negligentemente, sino de manera que, gracias a su cuidado personal, en contadísimas ocasiones tuvo necesidad de asistencia médica, de fármacos o emplastos. Y especialmente, su complacencia, exenta de envidia, en los que poseían alguna facultad, por ejemplo, la facilidad de expresión, el conocimiento de la historia de las leyes, las costumbres o de cualquier otra materia; su ahínco en ayudarles para que cada uno consiguiera los honores acordes a su peculiar excelencia; procediendo en todo según las tradiciones ancestrales pero procurando no hacer ostentación ni siquiera de esto: de velar por dichas tradiciones. Además, no era propicio a desplazarse ni a agitarse fácilmente, sino que gustaba de permanecer en los mismos lugares y ocupaciones. E inmediataetne, después de los agudos dolores de cabeza, rejuvenecido y en plenas facultades, se entregaba a las tareas habituales. El no tener muchos secretos, sino muy pocos, excepcionalmente, y sólo sobre asuntos de Estado [...] Todo lo calculaba con exactitud, como si le sobrar tiempo, sin turbación, sin desorden, con firmeza, concertadamente. Y encajaría bien en él lo que se recuerda de Sócrates: que era capaz de abstenerse y disfrutar de aquellos bienes cuya privación debilita a la mayor parte, mientras que su disfrute les hace abandonarse a ellos.


De lo dioses: el tener buenos abuelos, buenos progenitores, buena hermana, buenos maestros, buenos amigos íntimos, parientes y amigos, casi todos buenos; el no haberme dejado llevar fácilmente nunca a ofender a ninguno de ellos a pesar de tener una disposición natural idónea para poder hacer algo semejante si se hubiese presentado la ocasión. Es un favor divino que no se presentara ninguna combinación de circunstancias que me pusiera a prueba... Es un buen libro, sencillo y sincero. Merece la pena.

2 pensamientos +:

Siddharta dijo...

"Somos enanos a lomos de gigantes". Ya lo habia oido, a propósito de la Ciencia, no sabia que lo habia escrito Marco Aurelio.

Cada vez que uso las leyes de Newton, cada vez que uso la noción de derivada o de integral, cada vez que uso el concepto de límite o de infinitésimo, ciertamente se hace realidad que soy un enano a lomos de gigantes.

mikaela dijo...

Platón hizo rotular a la entrada de la Academia: "No entres aquí si no eres geómetra" y no me extraña.

Soy de letras, latín y griego, historia y filosofía y me encantan pero cuando alguien de físicas o exactas comienza a hablar al tiempo que escribe signos para mí misteriosos, entro en un trance tan delicioso que podría pasarme la vida entera escuchando sin comprender nada.

Según yo si la vida se pudiera escribir sería con integrales o derivadas o cosas de ésas. Debe ser por ignorancia pero me gustan mucho. Y en este caso me gusta mi ignorancia

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