Sesshin Granada 1996, 10-11 Marzo (I)

Primer día, siete de la mañana

Para pedir y recibir el kyosaku, la forma es importante. Cuando notéis que el kyosakuman pasa por detrás de vosotros, debéis poner las manos en gassho. El que lo da y el que lo recibe hacen juntos gassho. Luego despejáis el hombro derecho, girando la cabeza hacia el lado opuesto; lo mismo con el hombro izquierdo y, de nuevo, el que ha recibido el kyosaku y el que lo ha dado hacen gassho juntos.

En el dojo conviene no llevar joyas. Zazen es como entrar en el propio ataúd, no se necesitan joyas en el féretro. Una vez que hayáis recibido el kyosaku, volveos a poner en zazen. De hecho nunca habéis dejado de estar en zazen.

Ayer, antes de atravesar el vado del río (la lluvia caída había cubierto el camino que conduce a la casa. En realidad no había peligro pero la apariencia era diferente y, al llegar, algunos aceleraban con su coche y otros se quedaban clavados), Manuel colocó un cartel: “No tengáis miedo de pasar con el coche. ¡Adelante!” Le pedí que añadiera: “Es sólo la Puerta del Dragón”, pero la lluvia lo borró.

Hay una antigua leyenda que cuenta que en alguna parte, en medio del océano, no se sabe dónde, existe un lugar que se llama la Puerta del Dragón. Cuando los peces pasan por esa puerta, se convierten en budas. ¿Dónde se encuentra ese lugar? ¿Dónde se encuentra esa puerta?.

Evidentemente, la lluvia ha borrado las indicaciones, porque es el lugar de nuestra vida misma. Antes de atravesar esa puerta, las reacciones de cada uno son muy interesantes. Algunos tienen miedo, otros reflexionan, otros se acercan con precaución. Las características de cada uno se expresan en ese momento. Igual que ayer, antes de pasar el vado con el coche.

Por encima de las reacciones de cada uno, por encima de nuestras opiniones, por encima de nuestros miedos, de nuestras ansiedades, durante una sesshin, podéis de verdad llegar a lo más profundo de vuestro espíritu.

Pasar la Puerta del Dragón es sencillamente eso: llegar a lo más profundo del espíritu con nuestro cuerpo de ser humano. Por eso, por favor, no os dejéis llevar sólo por vuestra propia inercia.

Querer encontrar un lugar permanente, una postura permanente, es dejar que la vida se escape. En la vida social, siempre deseamos mostrar nuestro mejor aspecto, pero eso son mentiras. Cuando ya no hay mentira, la vida puede aparecer transparente, límpida.

Diez y media de la mañana

Estirad bien los riñones. Estirad la nuca. Lo más importante es atravesar la Puerta del Dragón.

Ordenad los zapatos. Basta con observar cómo están ordenadas las cosas para comprender el espíritu de las personas. Lo que está abajo no es despreciable. Lo que está arriba no es valioso.

Los zapatos son muy importantes. Cuando entráis en el dojo, tenéis que poner vuestra mente en algo tan insignificante como colocar los zapatos. Si no entendéis esto, no podéis pasar por la Puerta del Dragón.

Un día y medio de sesshin no es mucho tiempo, pero cada acción tiene que ser tan peligrosa como el filo de la hoja de un sable. El sussho tiene que permanecer atento, vigilar.

La respiración tiene que ser totalmente silenciosa, tan silenciosa como el vuelo de una mariposa. La mirada colocada a un metro delante de uno mismo. Silencioso, ligero como el vuelo de una mariposa; profundo como el mugido de una vaca.

En el Fukanzazengi el Maestro Dogen dice: “No temáis al verdadero dragón”. Se refiere a una antiquísima leyenda que cuenta la historia de un hombre que tenía pasión por los dragones. Lo sabía todo sobre ellos: su origen, las muchas historias y, ante todo, poseía un arte incomparable para pintarlos. La gente venía de todas partes para ver sus maravillosas pinturas de dragones.

No lejos de allí, un dragón, uno de verdad, oyó hablar de este hombre y decidió ir a visitarlo. Llegó, llamó a la puerta y, cuando el hombre abrió, quedó espantado al ver un dragón de verdad y salió corriendo, saltando por la ventana.

Así es toda nuestra vida. Somos muy fuertes con las ideas, con los sueños, pero al llevarlos a la vida de todos los días, entonces es otra cosa.

En el zen, ordenar los zapatos es tan importante, peligroso e inaccesible como la acción más elevada. Hemos de hacer cada cosa de nuestra vida como si la vida dependiera de ello.

No tenéis que dudar de que ocuparse de los zapatos para ordenarlos es igual que ocuparse del Dharma del Buda. Como la gente no entiende eso, tiene miedo del verdadero dragón, miedo de su vida, miedo de mirarse a sí mismo.

Un día un monje le preguntó a Joshu: “¿Cómo utilizar mi espíritu durante veinticuatro horas?” Joshu le contestó: “Son más bien las veinticuatro horas las que te utilizan. Yo las utilizo libremente” Así hablaban los grandes maestros.

¿Por qué habéis venido aquí? ¿Por qué hacéis zazen?¿Por qué corréis en todas direcciones en busca de la verdad? En términos de fe, no hay ni lugar ni tiempo, ni calor ni frío.

En cada instante tenéis que utilizar este cuerpo ordinario para hacer zazen con todos los budas, con Joshu, Nangaku, Sawaki, Deshimaru, Étienne... con todo el universo.

Remover las frías cenizas del espíritu ordinario con el hierro rugiente del despertar. En cada instante, en cada segundo, al ordenar los zapatos, al ir al servicio, pero también al comer, al acostaros, después de zazen, junto al fuego; cada instante es el momento del despertar.

No tenéis que establecer categorías. Todas esas categorías son las que hacen que nuestro mundo degenere y enloquezca.

Hace un momento le he dicho a una persona: “Si sigue lloviendo, el río crecerá y no nos podremos marchar al final de la sesshin.” Me ha contestado: “Sí, precisamente estaba pensando en ello.” Algunos pensarán: “Están locos esos monjes zen.” De nada sirve pensar. Cada instante tiene que ser pleno, redondo como una piedra barrida por las olas.

En los carteles de nuestra sesshin, en la pared de arriba, está esta frase: “La Vía del no-miedo.” Esta frase seduce a la gente. Sin embargo, a cada instante temblamos de miedo. Este miedo tenéis que llevarlo a vuestra vida y no como un sueño, una idea o un concepto. Los conceptos no tienen ningún interés. Es la práctica, sólo la práctica.

Cuatro de la tarde

No dejéis que la barbilla salga hacia delante. No vayáis tras vuestros pensamientos. No sigáis en la siesta. Cuando llegan ante la Puerta del Dragón, unos dudan, otros no.

¿Por qué habéis venido aquí? Algunos porque han leído un libro, otros por costumbre, otros por curiosidad, algunos para ver de qué va, algunos por su fe en zazen. Cualquiera que sea la razón, hacer zazen está más allá de la razón, más allá de nuestras ideas.

Sensei siempre decía: “Por favor, llamad a la puerta del espíritu del maestro.” Es sencillamente ir más allá de los miedos y de las certezas.

Sawaki escribió un día este poema:

El pino en la montaña
o la hierba en el jardín
no dicen ni piensan:
¿cómo he nacido, cómo he surgido?
Si la hierba del jardín pensara,
se secaría y no podría nacer.

En la vida la mayoría de la gente son como botellas llenas, nada puede entrar en ellos, nada puede nacer.

La enseñanza del zen no depende de nuestras ideas, de la moral, de nuestro medio social, de nuestras categorías. Aquí y ahora, no hay prólogo, no hay fin, el sentido profundo de zazen es salvar a todos los seres sin distinción, incondicionalmente, la enseñanza universal.

Antes de que Sensei comprara la Gendronnière, durante tres años, los campos de verano se organizaron en la montaña en Val-d’Isère, en los Alpes. Al lado del dojo había un río igual que aquí, que cantaba. Sensei lo llamaba “la voz del valle”.

Ya sea en Val-d’Isère o aquí, siempre es la misma voz del valle, siempre fresca, siempre nueva, la que, en cada instante, os indica que la Puerta del Dragón está siempre delante nuestro, que ese punto situado en medio del océano está siempre accesible, si queréis abandonar vuestro cuerpo y vuestra mente, aquí y ahora.

La mayor parte del tiempo el ser humano, para dar sentido a su existencia, recurre a “ismos”. Está dispuesto a matar por ello, ya no oye el canto del valle, hay que hacer que renazca en cada instante. No es una religión integrista sino una religión integrada en la vida, en la que nada está separado, nada ni nadie.

Éste es el punto más importante de nuestro mundo. Aquí en el dojo, tenemos que practicar lo contrario, lo contrario de nuestra mente ordinaria, esa mente que mezcla, que critica, que se pelea, que combate.

Muchos maestros al final han quemado sus libros, han quemado los sutras para concentrarse sólo en zazen, en la vida.

La mente ordinaria es la que quiere quemar los libros de los demás. Si queréis encontrar, utilizar el tesoro de todos los budas, coged vuestros zapatos, vuestro cuenco, en cada instante de vuestra existencia, como si se tratara de las niñas de vuestros ojos.

En la última sesshin de Andalucía, en Algeciras, conté cómo Sensei, antes de morir, decía: “Ahora he comprendido. Cuando vuelva a Europa, he de recuperar el estado de espíritu que tenía cuando me marché hace quince años.” En cada instante, oír el canto del valle. Todo el mundo puede oírlo, pero oírlo de verdad es llevarlo poco a poco a la propia vida.

Ocho y media de la tarde

Meted la barbilla. Poned las manos en zazen, los pulgares exactamente en la prolongación uno del otro, no tienen que formar ni montaña ni valle.

Esta tarde he hablado del ruido del torrente de aquí, la voz del valle. En cada instante volver a esto, a la frescura de vuestro zazen. De nada sirva volverse profesional de zazen, incluso si practicáis mucho. Sobre todo si practicáis mucho.

Hace mucho tiempo, en otro siglo, en Japón, en un pueblecito que se llamaba Seki, los burgueses de la ciudad, la gente importante, habían financiado la construcción de una gran capilla dedicada a Chizo, el bodhisattva protector, con una estatua muy, muy grande de madera de sándalo. Esta escultura de gran belleza estaba muy bien hecha. Por fin, cuando estuvo terminada, se reunieron para decidir qué gran maestro podría venir a inaugurar la estatua que medía seis metros de alta.

Uno de los burgueses dijo: "No hace mucho he estado en Kyoto, todo el mundo habla del maestro Ikkyu. Parece que es un gran maestro, creo que él podría venir a inaugurar la estatua."

Una delegación fue a visitar a Ikkyu a su monasterio. Era un templo muy pobre, un maestro muy sencillo. Les escuchó con atención y les dijo que justamente tenía que pasar por Seki para ir a otr ciudad.

Aquella gente importante volvió a casa. Barrieron las calles, repintaron las fachadas de las casas, colgaron banderolas, prepararon un festín y, el día de la llegada de Ikkyu, una muchedumbre inmensa y alegre se reunió junto a las puertas de la ciudad.

Ikkyu llegó y, de forma campechana, pidió que le enseñaran la estatua. Le condujeron al santuario. Era muy bonito. La estatua suntuosamente esculpida, rodeada de preciosas ofrendas. La gente se amontonaba. Algunos habían pagado para reservar un sitio, otros se empujaban, se ponían de puntillas para ver...

Entonces el maestro pidió que pusieran una escalera hasta la coronilla de la estatua. Una vez instalada, Ikkyu trrepó por la escalera. Al llegar a la cima de la estatua, paar sorpresa de todos, se desabrochó, sacó el pene e hizo pis sobre la cabeza de la estatua.

Todos quedaron impresionados. Y hacía pis y pis. Se dice que parecían las cataratas del Niágara. Una vez inundada la estatua, bajó, se recolocó y dijo: "Tantos méritos para una ceremonia tan pequeña." Y abandonó el lugar.

La muchedumbre estaba estupefacta, completamente petrificada. Después se desató la indignación de la gente importante. "¡Qué escándalo! ¡Qué ultraje!". Los soldados se lanzaron en persecución del monje, pero no lo encontraron. Todo el mundo se puso a limpiar la estatua pero ya algunos se preguntaban: "De todas formas, Ikkyu es un gran maestro, discípulo de un gran maestro. ¿Quién soy yo para juzgarle así? Ha hecho pis sobre la estatua, a lo mejor está bien."

Entonces todo el mundo paró y echaron a correr para alcanzar a Ikkyu y presentarle sus excusas. Lo encontraron justo antes de que atravesara el río e hicieron sampai. "Maestro, hemos borrado tu obra, lo hemos limpiado todo, perdónanos."

Ikkyu dijo: "No importa, os voy a dar algo." Y les dió su calzoncillo. "Ponedlo encima de la cabeza de Chizo. Es muy bueno para echar a los demonios." Explicó que durante ocho siglos, todos los budas nacidos se sentaron encima.

La gente del pueblo hizo lo que Ikkyu les había dicho. Al principio estaban sorprendidos. Pronto, todos sintieron gran calma, gran paz. La gente venía a prosternarse ante a estatua y también ante el calzoncillo de Ikkyu.

Semanas más tarde Ikkyu volvió a pasar por el pueblo, quitó el calzoncillo y puso en su lugar un  bello kesa. Todo el mundo lo respetaba. Se dice incluso que hubo gente que comprendió.

La pureza, la impureza, sólo existen en nuestra mente. Ikkyu no qiso responder al egoísmo de la gente del pueblo. Ante ellos penetró por la Puerta del Dragón, llevando a todo el mundo con él. Los que estaban de acuerdo y los que no lo estaban. Los que comprendían y los que no comprendían. Los jóvenes, los viejos, los pobres, los ricos, las mujeres, los hombres, todos sin excepción.

Nuestro zen deba salvar a todo el mundo. No sólo a nosotros, zazen no para uno mismo, el satori no para nuestro espíritu. Dogen decía: "Hoy estamos llenos de sangre roja, mañana estaremos muertos."

El tiempo de aquí y ahora es importante. No sólo mi sangre, también la vuestra y la de todos los demás. No hemos de dejarnos llevar por la mente estrecha, la mente integrista, en cada instante, volver a la voz del valle, siempre fresca, siempre renovada.

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